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  • 06 Aug 2024
  • 18:08
  • SPR Informa 6 min

Una sentencia irrevocable

Una sentencia irrevocable

Por Ricardo Balderas

En México, 94% de quienes viven con VIH y reciben tratamiento son indetectables e intransmisibles, según datos del Gobierno Federal y replicados por el programa Onusida.

El miedo y el enojo suelen ser más humanos que el amor. Y ambos, son más parecidos a los órganos que a las prótesis, es decir, habitamos en ellos. A diferencia de la idea romántica del amor, con el odio o el enojo pasa que nadie nos dice cómo deben ser expresados. El enojo no fue colonizado y el miedo, es tan oblicuo, que simplemente no puede ser medido. Cada quién con sus demonios.

            Pero este fenómeno no parece ser el mismo para todos. Las poblaciones vulneradas, es decir, todas las personas que por razón de género, raza, sexo o religión, no habitan el mito de la norma. Los juegos de los significantes tienen tienen otra manera de replicarse. Y el miedo no está exento. Por ejemplo, el miedo por no ser acreedores a la atención médica. 

            Según datos del Gobierno Federal, hasta 2023, en México sólo existen mil 521 centros de atención para la detección y atención de quienes viven con VIH, en contraposición con los más de 2,400 municipios que tiene el país. Es decir, la mitad de personas que puedan tener contacto con virus tendrán que viajar (salir de sus localidades) para poder atenderse.

Las clínicas tienen mucho que mejorar

El SIDA o el VIH son un acto de fe. Pero la idea del SIDA, esa es un gusano carnívoro de miedo que avanza más rápido que cualquier fila en clínicas especializadas. 

En Ciudad de México, son 22 pasos hacia las escaleras principales. Las subes. Son otros 39 pasos hacia tu mano izquierda y tomas un turno. Una mujer te pregunta por tus antecedentes médicos y te entrega un ticket. Las 36 personas que están frente a mi, y yo, tenemos la misma duda. Y con muchísima suerte (buena o mala), todos tendremos el mismo veredicto. 

            Queremos saber si nuestro más reciente contacto humano nos arrebató la libertad de tocar en desnudez sin miedo. Y para ello, debemos solicitar un día libre en nuestros espacios de trabajo con la esperanza de que la serofóbia no fulmine, también, nuestro desarrollo profesional. El «bicho rosa» que arrebata el tacto (y el trabajo).

            Rápido y sin dolor (como la noche que personalmente me trajo a esta fila) las mujeres con mascarilla azul y guantes de látex sacan de tu cuerpo una pequeña muestra de sangre. Tratan de que tu atención se espabile para que la férrea penetración no deje un hematoma. “Tienes miedo ¿Verdad?”, me pregunta. No sientes nada y, por temor a ser reconocido, te limitas a responder con monosílabos a cualquier pregunta.

            Nadie en esa sala quiere estar ahí. Ni los que gritan nombres en los pasillos, ni las mujeres con las jeringuillas y menos, mucho menos, quienes son nombrados en voz alta. Otra fila. Los rostros son cada vez más pálidos y profundos, más fúnebres, se deslizan por los pasillos como hojas que un invierno maduro arrebata de las copas más altas. 

            Rezar no tuvo efecto para Alonso. Y, para no pasar de la depresión a la locura, piensa en voz alta: “Rezar es de pendejos”. Alonso escucha su nombre y atraviesa una puerta donde un médico tiene sus resultados. La última de las últimas palabras.

El veredicto

Entré solo a una sala de unos seis metros cuadrados como Dante bajando al inframundo por Beatriz en busca de una redención divina. Un especialista me explica a detalle lo que buscaron en mi sangre, pregunta sobre mi más reciente relación sexual, sobre mis practicas. Nadie piensa previamente que las ganas de sentir el contacto con otra piel, pueda ser considerado de interés clínico. 

            Regalan condones y advierten sobre los riesgos de tocar a otras personas. Me invitan a recibir otra pinchada en la sala pasada. Pero la rechazo. Aquí, en esta antesala del Tártaro moderno, cada quien se agarra de donde puede. Yo por ejemplo, me agarré de Alonso. No hay nada más humano que el miedo a una sentencia irrevocable o el enojo de saber, a ciencia cierta, que esto seguirá ocurriendo descuido tras descuido.

            El año que inició la pandemia marcó un hito en los registros nacionales por detección temprana de VIH y muertes ocasionadas por enfermedades oportunistas y su explicación es más sencilla de lo que públicamente se redacta.

             Tras los cierres de algunas clínicas especializadas para atender al COVID-19, la cantidad de registros de personas que tuvieron contacto con el virus de destapó, dando como resultado que en total, 370 mil personas en México viven con VIH (hasta el día de hoy), 80 por ciento son hombres adultos de 15 años o más, 19 por ciento son mujeres adultas y uno por ciento menores de 15 años. Y alcanzando tasas de mortalidad que no veíamos desde 2012. 

            Asimismo, 20 mil personas de esas 370 mil, fueron diagnosticadas sólo en 2022 y la cifra se mantiene en constante hasta la fecha. Es decir, ante la falta de planes por contingencia en materia de salud, el VIH, sigue siendo la pandemia de los marginados para nuestro país.