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  • 01 Oct 2024
  • 09:10
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Hasta siempre, presidente

Hasta siempre, presidente

Por Uziel Medina Mejorada

Alguna vez dijo Senna que “todos los años hay un campeón, pero no todos los años hay un gran campeón”. Esto también aplica en la sucesión presidencial, pues cada sexenio hay un presidente, pero no siempre hay un gran presidente. De hecho, poco o nada se podría presumir de los últimos nueve sexenios que antecedieron al triunfo popular de 2018.   

A lo largo de la historia, México ha tenido 65 presidentes, y cada uno de ellos se ha hecho de un lugar en la historia por el simple hecho de ser presidente, algunos buenos, otros malos y otros tantos que han pasado sin pena ni gloria, pero todos siendo parte de la historia, no obstante, muy pocos han escrito la historia. 

Convertirse en un hacedor de historia no es tarea sencilla, se requiere combinar diferentes factores como la coyuntura social, la particularidad del tiempo y el emprendimiento de un proyecto capaz de romper paradigmas. Incluso con los elementos puestos, hacer frente al statu quo no es labor sencilla y el ánimo por lograr un cambio en la hoja de ruta puede quedar solamente en la buena intención y perderse entre cientos de aspirantes y candidatos cuyas memorias apenas pueden sobrevivir si acaso se tuvo el carisma suficiente para atrapar la conversación pública. 

Fue así que el hito, casi como peregrinar bíblico, surge con el éxodo por la democracia, allá por 1991-1992 que ya comienza a sentirse lejano, con más de mil kilómetros a cuestas entre Tabasco, Veracruz, Puebla, Tlaxcala y el entonces Distrito Federal, con una consigna que marcaría la ruta de la transformación: el sufragio efectivo contra el fraude electoral. Las conciencias despiertas entenderán entonces a qué ha venido tanto empeño por reformar las instituciones electorales del país. 

Desde las tierras olmecas hasta el epicentro azteca, el entonces futuro primer Tenoch de la república emanado de Tabasco culminó su primer peregrinar ocupando la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal para emprender otra era de romerajes por cada rincón del país para hacer efectivo el anhelo de un sufragio efectivo libre de fraudes electorales.

Maquiavelo, escéptico frente a los tiempos y sazones de la política, enseñó al príncipe las bonanzas y riesgos del amor y el temor en el ejercicio del poder, considerando que si bien, lo ideal es ser amado y temido, lo primero es voluble y lo segundo es efectivo, por lo que le valdría mejor ser temido que amado, y así, miles de mandatarios alrededor del mundo se han valido de la fuerza para mantener el poder, lastimando al pueblo que deberían proteger. ¿Y si alguna vez surgiera un líder con ambas cualidades?

Sin recurrir a la violencia, más bien, a la revolución de las conciencias, desde lo que se bautizó como “resistencia civil pacífica”, Andrés Manuel López Obrador se volvió temido por quienes se creyeron amos y dueños de México, a tal grado que usaron todo el aparato de poder para impedir la candidatura de 2006 echando mano del desafuero, y posteriormente, arrojando ceniza al viento para ensuciar el plumaje del ave con la cantaleta de las chachalacas “un peligro para México”. A golpe de fraudes electorales, se le cerró el paso hacia la silla del águila, ya fuera por la intromisión del presidente de la república en turno durante todo el proceso electoral, la artillería mediática y el desaseo en el instituto electoral, o por el dispendio de recursos para la compra de voluntades y la manipulación televisiva para imponer a mandatarios serviles a los poderes fácticos. Y así, entre tanto y tanto, se fue cultivando la semilla de la república amorosa, la que necesitaba despertar en la conciencia, la que poco a poco fue despertando a la esperanza de un pueblo que necesitaba tomar en sus manos el poder de cambiar su propio destino; “solo el pueblo puede salvar al pueblo, y solo el pueblo organizado”. 

La jornada de 2018 llegó. En el corazón popular había sentimientos encontrados: la esperanza del cambio y el temor a un nuevo fraude inquietaba el ambiente. El Andrés Manuel combativo se mostraba sereno y confiado en el pueblo. Los daños ocasionados por la belicosidad neoliberal también abonaban al momento; el pueblo optó por la doctrina de los abrazos, de atacar el mal con el bien, atendiendo las causas y construyendo redes comunitarias para marcarle un alto al individualismo feroz y construir una patria donde nadie se quede atrás y nadie se quede fuera. El amor al prójimo, como combustible, iluminó también la conciencia, volviendo propósito en las urnas que “por el bien de todos, primero lo pobres”. 

El hombre de “la tercera es la vencida” convenció, el pueblo le entregó una mayoría de votos que ni toda la oposición junta le podía cambiar el resultado. Oportunidad dada sin derecho a fallar. Ese día el pueblo también conoció el poder de su voto, que sí era posible darle la vuelta al opresor. Así germinó la Cuarta Transformación. 

De las calles al Palacio y del Palacio a las calles, un sexenio de entrega mutua, de entera cercanía al pueblo hizo palpable lo que Maquiavelo pensó solo como idealmente deseable y prácticamente irrealizable, el amor genuino y resuelto de un pueblo que es mucha pieza. La clave está dicha, “Amor con amor se paga”. 

Los defenestrados saqueadores no se quedaron de brazos cruzados, siguieron empleando su vieja maquinaria mediática y pequeños pero suficientes, se dedicaron a estorbar el proyecto de transformación. Sin embargo, el pueblo despierto le hizo frente y una vez más a golpe de urnas, los vendepatrias se han ido haciendo menos. ¿Cómo fue posible? Dignidad es la respuesta. 

Muchos son los presidentes que se han hecho un rincón en la historia de México, pero pocos la han escrito. Guadalupe Victoria es memoria obligada por ser el primero de la República, Vicente Guerrero por ser el primero de origen afrodescendiente (México a la vanguardia de las libertades y la igualdad), Juárez por encausar la reforma de la República, Madero por dar origen a lo que sería la primera revolución social del siglo XX, Carranza por el constitucionalismo vanguardista, Lázaro Cárdenas y Adolfo López Mateos por encabezar el rescate de la soberanía nacional a partir de la nacionalización de las industrias energéticas, y entre trenes, refinerías, aeropuertos, caminos rurales, plantas eléctricas, reformas constitucionales de gran calado y un largo etcétera de acciones llevadas a cabo durante el sexenio 2018-2024, dignidad es sin lugar a dudas el legado más importante, no solamente de este mandato, sino de los 65 mandatos en dos siglos de presidencialismo; dignidad para el pueblo de la mano del pueblo, dignidad en el papel, pero también en los hechos.

El pueblo que en otro tiempo fue calificado de agachado hoy se yergue orgulloso de su raíz y de su esencia, el pueblo que fuera subestimado por sus costumbres hoy se puede sentir orgulloso de su cultura, el pueblo que en otro tiempo entendería como insulto la palabra “indio” hoy abraza la resistencia indígena, el pueblo que se avergonzaba por sus carencias hoy tiene como derecho el acceso a oportunidades, el pueblo que se intimidaba ante la exigencia del extranjero hoy defiende su soberanía, el pueblo que fue llamado tonto hoy sabe que tonto es el que cree que el pueblo es tonto; es el pueblo de las heroínas y héroes anónimos, el pueblo de padres y madres trabajadoras, de abuelas y abuelos que cobijan, de estudiantes que sueñan con cambiar el mundo, el pueblo de las largas jornadas, de las fiestas vibrantes y los de los abrazos fuertes, el pueblo de la lucha colectiva y los sueños compartidos, son los hijos del pueblo que llevaron a la presidencia a un hijo del pueblo para comprobar que solo el pueblo puede salvar al pueblo. 

Sabido es el honesto deseo de no figurar entre calles y monumentos, pero es una petición difícil de conceder; no vayas a culpar al pueblo por su menester de salvaguardar la memoria. Si en adelante tu nombre aparece en calles o escuelas, o si las plazas del pueblo se adornan con tu figura, recuerda que amor con amor se paga. 

Por sembrar la semilla de la transformación,    
Por devolverle la dignidad al pueblo;      
Por predicar la fraternidad desde el púlpito del poder;            
Por enseñar que no se puede vencer a quien no sabe rendirse; 
Por recordar que el poder solo tiene sentido y se convierte en virtud si se pone al servicio de los demás;           
Por peregrinar en tierra de peregrinos para cimentar los derechos de los históricamente olvidados;  
Por hacer realidad el sueño de las heroínas y los héroes anónimos;         

 

¡GRACIAS!
¡Hasta siempre, presidente!

Andrés Manuel López Obrador, te queremos desaforadamente.