El 3 de febrero, Norfolk Southern, uno de los grandes operadores ferroviarios de Estados Unidos, se descarriló en la frontera entre Ohio y Pensilvania. El tren transportaba sustancias tóxicas, cloruro de vinilo, un gas inflamable y tóxico que se usa para fabricar policloruro de vinilo (PVC), un material que se usa en tuberías y para revestir cables.
El descarrilamiento desembocó en un enorme incendio que obligó a las autoridades a ordenar la evacuación de las zonas cercanas al incidente.
Aunque ese no era el único problema sino que el policloruro de vinilo (PVC) es inflamable, tóxico y cancerígeno, afecta el cerebro, los pulmones, la sangre y el hígado, lo que significaba un gran riesgo, pero no había forma de sacarlo del tren, así que las autoridades decidieron quemarlo de forma controlada.
La quema provocó una nube de humo que se puede apreciar desde las localidades cercanas al incidente. Y ese es un problema, pero hay otro, el tren transportaba sustancias todavía más peligrosas mismas que fueron vertidas al entorno tras el choque.
La Agencia de Protección Ambiental (EPA) reconoció que esas sustancias se estaban filtrando hacia las vías fluviales cercanas y muchos peces murieron casi de inmediato.
La EPA explicó que los esfuerzos se centraron en proteger el agua potable y el fin de semana anunció que los marcadores de contaminación habían recuperado la normalidad.
Aunque la EPA declaró que el daño ambiental era limitado, se han rastreado bastantes noticias sobre ganado muerto en los alrededores, así que las consecuencias están aún por determinarse.