La convocatoria bajo el nombre de “Generación Z México” reunió a varias personas desde temprano en el Ángel de la Independencia, protegido con vallas de metal de considerable altura.
A las 11 de la mañana comenzaron a formarse los contingentes, muchos vestidos con playeras blancas, sombreros y banderas con motivos de One Piece, que la mayoría había comprado previo a la marcha.

Aunque la convocatoria original apelaba principalmente a los sectores más jóvenes, la movilización rápidamente se conformó de manera contraria: entre ellos adultos mayores, grupos religiosos y, sólo en menor número, integrantes de la Generación Z.

Entre los asistentes se identificaba un perfil socioeconómico principalmente de clase media y media alta, quienes avanzaron por Paseo de la Reforma con una mezcla de consignas, banderas y pancartas.
Las consignas que se escuchaban con fuerza: “Fuera Morena”, “Revocación” y “Carlos no murió, el gobierno lo mató” marcaron el rumbo de la marcha.

Algunos participantes caminaron de manera independiente, exigiendo claridad sobre los hechos relacionados con Carlos Manzo; otros mostraban posturas políticas más definidas, inclinándose hacia sectores de derecha. Aunque el movimiento se definió como imparcial, ciertos mensajes del pliego petitorio se relacionaban con el movimiento “Marea Rosa”, con demandas como la revocación de mandato y críticas a la Reforma del Poder Judicial.

Sin embargo, también surgieron expresiones misóginas dirigidas a la Presidenta Claudia Sheinbaum, como “Presidenta con A de pendeja”, “La última mujer presidenta” y “Revocación a las chichis de limón”, esta última repitiéndose con frecuencia entre algunos grupos. Las frases subrayaron un tono de descalificación personal y de género.

Al llegar al amurallado Zócalo capitalino, la tensión se hizo tangible. Entre petardos y el estallido de bombas molotov, los manifestantes se dividieron en dos grupos. El primero, el más visible y activo, compuesto por adultos vestidos de negro, corrió hacia la plancha del Zócalo y comenzó a trepar y golpear las vallas metálicas frente al Palacio Nacional con herramientas, palos, fierros, machetes y esmeriles.

El segundo grupo permaneció en “espacios seguros”, personas vestidas de blanco, algunas con sombreros y otras identificándose como profesionistas, portando objetos de marcas costosas y observando con lenguaje rimbombante lo que ocurría. Entre tambores, música, el Himno Nacional y hasta el Cielito Lindo, el contraste entre ambos grupos era evidente.

Tras varios minutos de tensión, algunas secciones de las vallas de tres metros cedieron. La policía respondió formando un segundo muro con escudos para contener el avance hacia la fachada del Palacio Nacional.

Entre repliegues y reagrupamientos, los manifestantes retiraban placas metálicas mientras los elementos policiales utilizaban gases, polvo de extintores y objetos que emitían humo para contenerlos.

Con el paso del tiempo, los integrantes vestidos de blanco comenzaron a retirarse hacia las calles aledañas, dejando un Zócalo teñido de caos: el aire denso y lagrimeante por los gases, el piso azul cubierto de banderas, botellas, restos de pirotecnia, sangre y la presencia de policías y civiles heridos.
Allí, en medio de la confusión y el estruendo, quedó la imagen de un espacio urbano transformado por la movilización, donde la protesta y la violencia se entrelazaron en un mismo instante.