La excepcionalidad de México
Si observamos el escenario político-electoral de los últimos 5 años en América Latina, podemos rápidamente identificar una tendencia predominante: las derrotas de los candidatos oficialistas en elecciones democráticas. Las expectativas de la sociedad insatisfechas y el crecimiento de una sensación de ingobernabilidad se traducen permanentemente en un voto de castigo.
En 20 procesos electorales que se llevaron a cabo en la región desde el año 2019 en 18 hubo alternancia en el poder. Al mismo tiempo que se observaba este fenómeno, creímos estar viviendo el resurgimiento de una nueva “ola rosa”, principalmente al ver que figuras como Andres Manuel López Obrador, Pedro Castillo, Xiomara Castro, Gabriel Boric o Gustavo Petro ganaban elecciones. Sin embargo, lo que no estábamos observando es que el triunfo de los nuevos progresismos iba de la mano con otro fenómeno: todos eran perfiles políticos abandonados por la política tradicional.
Lo que rápidamente denominamos la nueva "ola rosa" en la región, en realidad comenzaba siendo otra cosa: cada uno, a pesar de sus particularidades locales, compartía una característica común en sus trayectorias políticas y personales, y era haberse formulado al margen de los círculos del poder tradicionales. El anti-elitismo se convertía en una bandera cada vez más fuerte a la hora de elegir.
Ante esta mirada general podemos afirmar que las victorias progresistas que observábamos no eran el síntoma de una población “a favor” de los programas socioeconómicos de los movimientos progresistas, sino un indicio de manifestación electoral en “contra” de lo establecido, alimentado en cada caso por una situación particular: el hartazgo con las desigualdades prolongadas por muchos años, la corrupción o la seguridad como principales ejes.
La anti-política y los desafíos para México
Es por esto, que el fenómeno de la anti-política es fundamental para explicar el triunfo de liderazgos como el de Javier Milei o Nayib Bukele. Este rechazo a la manera tradicional de hacer política se encontraba inmerso desde hace tiempo en América Latina. La gran diferencia que comenzamos a ver hoy es que las preferencias de la ciudadanía parecen estar mudándose hacia fórmulas de ultraderecha. Y esto no se trata de un fenómeno nuevo: la anti-política sigue ahí, solo que se ha cruzado de frontera.
En este contexto político-electoral, México parece ser una excepción a lo que sucede en la región. Andres Manuel Lopez Obrador llega al poder canalizando y captando el voto del descontento y decepción con las fuerzas políticas tradicionales del país, convirtiéndose en el primer político de México que se salió del patrón de los liderazgos clásicos como son los burócratas, técnicos públicos, funcionarios de partido y líderes parlamentarios. El anti-elitismo forma parte de la construcción de su figura política.
¿Cuál es la excepcionalidad político-electoral de México? Se aproxima un proceso electoral que parece ser que no marcará una alternancia en el poder, al contrario, la consolidación y continuación del proyecto político de la Cuarta Transformación de la mano de Claudia Sheinbaum se hace cada día más probable. Se comenzará una campaña política con más del 20% de distancia entre las preferencias que se inclinan hacia la candidata de la Cuarta Transformación y su principal contrincante, Xóchitl Gálvez. Y este escenario nos lleva a preguntarnos ¿por qué?
Por un lado, tenemos lo económico: México tiene un punto enorme de excepción, al país le va muy bien: la estabilidad económica y la buena racha de su peso son muy fuertes, pero no es lo único. Del otro lado, está la capacidad de construcción y control de narrativa comunicacional que se ha logrado con éxito en el presente sexenio por parte de AMLO. Actualmente el presidente cuenta con un nivel de aprobación del 55.4% y esto, nos dice por sí mismo mucho.
Lo importante en este escenario, y a lo que el gobierno de Claudia tendrá que adelantarse será a los desafíos que se presentarán en esta excepcionalidad regional: en un contexto donde la anti-política se encuentra retornando hacia la ultraderecha, la próxima presidenta de México tendrá a cargo la tarea de mantener un liderazgo efervescente, una economía estable, acompañado de un manejo y control de la narrativa comunicacional, pero lo más importante y lo que será clave: se deberá de profundizar la conquista del acercamiento de las masas a la política en México.