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  • 24 Jul 2025
  • 13:07
  • SPR Informa 6 min

Javier Hernández y la mística de la feminidad

Javier Hernández y la mística de la feminidad

Por Valeria Herrera

El futbolista Javier Hernández, quien alguna vez fue tema de conversación por su carisma y desempeño en la cancha, hoy lo es por sus comentarios machistas. Algunos de sus seguidores notaron su cambio hace un par de años, cuando lo vieron pasar de ser un hombre exitoso que jugaba en Europa y era aparentemente feliz, a un sujeto de apariencia demacrada, divorciado y siempre acompañado de su coach de vida, Diego Dreyfus.

El vínculo entre estos dos engrandeció no sólo el ego de Hernández, sino también su ignorancia. Al principio, podía ser hasta gracioso cuando el futbolista aseguraba que la razón por la que es criticado es “porque no toleran su luz”; pero ahora, que viene y nos dice a las mujeres, desde su paternalismo y condescendencia, cuál es nuestro papel en la sociedad, la historia es distinta.

Hernández puede arruinar su matrimonio, su carrera y su vida si le place, incluso puede opinar lo que quiera y llevar sus relaciones amorosas como guste, lo que no puede pretender es que el mundo no señale su machismo y menos aún; que regresemos al modelo gringo de hace 50 años, cuando las mujeres vivían relegadas al trabajo del hogar, a la sombra de “un hombre proveedor”.

Este modelo ha comenzado a resurgir en los últimos años, de la mano con el ascenso de la ultraderecha en el mundo. Bajo el argumento de que las mujeres somos libres de elegir nuestro destino, algunas se han adherido a la tendencia de redes sociales de las “trad wifes”, mujeres cuya vida gira en torno al hogar. Esto, que no es malo en sí mismo, se torna peligroso al analizar el cuadro completo: la exigencia histórica y patriarcal que ha llevado a las mujeres a la absorber la carga doméstica por completo.

Mientras Hernández nos invita a “encarnar nuestra energía femenina […] limpiando, sosteniendo el hogar”, en 2022, las mujeres mexicanas dedicaron 40 horas a la semana al trabajo no remunerado, en comparación con 15.9 horas a la semana que dedican los hombres. Tal vez el futbolista argumentaría que es porque los hombres están ocupados “abrazando su masculinidad”, siendo proveedores… pero entonces, ¿por qué el 41% de los hogares carecen de figura paterna en nuestro país?, ¿por qué se estima que tres de cada cuatro menores en México no reciben la pensión alimenticia a la que tienen derecho?

Aún imaginando que los hombres cumplieran ese rol proveedor, se ignora el problema que generan ese tipo de dinámicas: la violencia económica. Mujeres que no pueden huir de los maltratos, negarse a tener sexo con sus maridos o simplemente romper vínculos que ya no desean, porque no tienen ingresos para valerse por sí mismas. No sólo se les priva de la libertad económica, también se les encapsula en el plano doméstico, aisladas, sin hobbies ni una personalidad más allá de servir “a su proveedor”.

En 1963, la teórica estadounidense Betty Friedan publicó La mística de la feminidad, un concepto que usa para describir una serie de discursos sobre la feminidad que obstaculizan el crecimiento intelectual de las mujeres, así como nuestra participación en la sociedad.

En la introducción del libro, Friedan desarrolla lo que llamó “el malestar que no tiene nombre”, un término para designar el descontento de las mujeres estadounidenses de los años 50, que, aún después de conseguir el derecho al voto y vivir aparentemente felices como amas de casa, seguían sintiéndose vacías, como si una voz interna les dijera que estaban destinadas a algo más que el matrimonio y la maternidad.

En pleno 2025, las “trad wifes” y las “mujeres de alto valor” han popularizado un estilo de vida en el que los hombres “proveen”, lo que es el caldo de cultivo ideal para las circunstancias que hicieron a tantas mujeres infelices, pero, sobre todo, violentadas a través de la supresión de sus deseos y sueños.

Al final, se trata de roles de género que nos condenan, tanto a hombres como a mujeres, a limitarnos a nuestra “energía” masculina y femenina, bajo argumentos biologicistas desmentidos hace décadas, pues no hay pruebas sobre una naturaleza inherente a nuestro sexo. Eso que defiende Hernández, el Temach y otros hombres que creen haber hallado “la verdad”, no es más que un espejismo que deriva en la desigualdad contra la que millones de mujeres seguimos luchando.