El año del desierto, como suele ser la buena literatura, es atemporal, es decir, que no importa la época que sea leída y por más años que pasen, continúa vigente. Una de las razones es porque expresa más allá de una situación particular, una condición humana.
En el caso de la novela de Pedro Mairal, la protagonista, aunque es la receptora e incluso podría decirse que la víctima de la catástrofe, resulta menos íntima la relación emocional con ella y mucho más aterrador el escenario que se plantea: la transformación de una vida aparentemente promedio que tiene lugar en una ciudad principal a la decadencia de la sociedad.
Se trata de una mujer llamada María quien apenas rebasa los veinte años edad y trabaja de secretaria en un despacho. Tras una ola de violencia social, las personas comienzan a acuñarse en espacios que cada día tienen que compartir con más personas, donde no solo tienen menos privacidad sino también se comienza a sufrir acoso hacia las mujeres.
Después de ser relegados de sus casas, las personas sufren un cúmulo de enfermedades y muchas de ellas de índole mental porque no pueden soportar su situación. María, sobreviviente de la degradación social, peregrina sin rumbo luchando por su supervivencia y va gradualmente perdiendo su humanidad. Las circunstancias la llevan a la prostitución, a la esclavitud, a la precariedad y por último a ser tratada como objeto por una tribu indígena.
Que una obra de ficción esté tan cerca de la realidad es lo que aterra, una catástrofe que pareciera distópica, no está nada lejos de situaciones como: la inconsciencia del espacio propio, el respeto perdido hacia las mujeres, la falta de empleo que lleva a aceptar condiciones deplorables, y por último, la marginalidad de las periferias donde es más fácil que llegue Facebook al conocimiento científico o control de natalidad.
¿Es una coincidencia que comiencen a fragmentarse las enormes casas en la zona de la condesa en Ciudad de México?, ¿o el desarrollo de enfermedades cuya raíz es el estrés social?