A media noche en Belén, un canto sin igual de dulces notas se oyó, sublime y celestial- reza aquel himno tantas veces entonado en temporada navideña dentro de las paredes de los templos de la cristiandad, particularmente dentro del culto protestante – en las alturas gloria a Dios y al mundo salvación; al hombre, buena voluntad y paz al corazón – continúa.
No obstante, la Navidad de 2023 no contará con la celebración de Navidad en Belén; el sitio que vio nacer al Príncipe de Paz del que habló el Profeta Isaías ha perdido la paz y cesará su festividad a causa del genocidio que Israel ha perpetrado contra el pueblo palestino de Gaza. Pero, además, tras la ofensiva israelí so pretexto de aniquilar a Hamás ha propiciado una mayor intervención por parte del régimen israelí, quien ya de por sí favorece la ocupación ilegal de territorio palestino, tanto en Gaza como en Cisjordania.
Contrario a lo que muchos fanáticos despistados creen, bajo el manto inmundo de la santificación bélica, la embestida israelí dista de ser una guerra religiosa entre judíos y musulmanes. De hecho, los ataques israelíes han lastimado también a comunidades cristianas en la región, como lo ha sido la Iglesia Ortodoxa de San Porfirio y la parroquia católica de la Sagrada Familia, ambas en Gaza, ambas locaciones para refugiados. El testimonio de la segunda, siendo blanco de francotiradores es para destrozar el espíritu.
Aun así, no faltan los desubicados que, en el irresponsable uso del púlpito y bajo un manto de impunidad “teocrática”, vomitan cuanta verborrea les es posible para lavar la cara del genocida Benjamin Netanyahu, como si de un enviado divino se tratase. El extraño fanatismo sionista que se enquistó en los púlpitos evangélicos ha rayado en el extremo de santificar el genocidio y hasta de promover el odio contra otras confesiones de fe. Semejantes a la apocalíptica iglesia de Éfeso, olvidaron su primer amor, olvidaron el amor, al Dios de amor.
De niño, siempre llamó mi atención las paredes laterales del altar del templo al que asistí la mayor parte de mi vida, en ellas aún está inscrito el gran mandamiento, ese que narran San Mateo y San Marcos. En la pared izquierda se lee “Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento.” Y a la derecha se lee “Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas.” También nos hicieron aprender una canción que dice: “Dios es amor, Dios es amor, la Biblia lo dice. Dios es amor, Dios es amor, Pablo lo repite. Dios es amor, Dios es amor, Juan también lo dice en el capítulo 4, versículo 8, 1ª de Juan. Amén”. Y me pregunto ¿Dónde quedó pues tal amor al prójimo? ¿Dónde quedó la predicación de “el que no ama no ha conocido a Dios porque Dios es amor”? si lejos de clamar por la paz y alzar la voz en favor de los que no tienen voz (como demanda Proverbios 31), si en lugar de demandar un cese al fuego, se justifica la atrocidad del sionismo en la tierra que vio nacer a quien le dio razón de ser a la religión cristiana.
- El canto de los ángeles aún se oye sonar; su eco dulce, arrobador, alivia mi pesar. Por sobre el mundo de maldad y el ruido terrenal, se escucha hoy la tierna voz del canto angelical- prosigue el canto. Sin embargo, en territorio palestino, donde se ubica Belén, el canto de los ángeles parece imperceptible. Peor todavía en Gaza, donde el concierto angelical ha sido sustituido por el estruendo de la artillería israelí.
Ahí, donde corren los inocentes buscando refugio; ahí, donde los opresores olvidan su historia como oprimidos; ahí, donde diariamente se violan derechos humanos sin que la comunidad internacional sea capaz de poner un alto; ahí, donde la muerte, la desesperanza y la injusticia establecen su imperio; ahí puede hacer nuevamente eco la historia del Príncipe de paz que nació en un pesebre, pues cuando no hallaron para Él lugar en el mesón, el Príncipe halló su lugar entre los pobres y desplazados.
Hoy, en esa misma región hay familias desplazadas, niños sin un lugar dónde reclinar su sien para soñar. Tampoco hay hospitales dónde recibir a los recién nacidos porque, así como un día Herodes ordenó asesinar niños, hoy el régimen genocida que usurpa el nombre de Israel usa toda la fuerza de las armas para desplazar y asesinar palestinos.
Tal vez en Belén no habrá dulce canto angelical, pero en cada rincón del mundo se puede recuperar el verdadero sentido de la navidad; no el de los regalos, el consumo, las luces y los adornos, sino el grito de justicia y la procuración de la paz que un día nació en Belén y que retumbó en el monte diciendo “Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.“
Hoy, más que decir “Feliz Navidad”, te quiero desear una Navidad revolucionaria; que en el corazón nazca el amor al prójimo, el amor por la justicia, el ímpetu para proclamar libertad a los cautivos, desatar las ligaduras de impiedad, romper las cadenas de opresión, cobijar al desnudo, alimentar al hambriento, acoger al migrante, defender al débil, porque esa es la verdadera Navidad y en Gaza urge el abrazo de esa Navidad que Occidente olvidó por su afán y avaricia.
Si habrás de celebrar Navidad, no te olvides de Palestina, pues dentro de sus fronteras nació la Navidad.