Cada año, la Ciudad de México se convierte en el epicentro de las diversidades, cuando ocurre la Marcha del Orgullo LGBTTTI+ en la Ciudad de México; la manifestantes más plural, con más matices; es la manifestación de los colores, de consignas, celebración y resistencia. Es una fiesta, sí, pero también un termómetro que mide nuestros avances y nuestras deudas históricas. En la Marcha del Orgullo, la consigna se celebra y la fiesta se politiza. En 2025, mientras celebramos los derechos conquistados, también enfrentamos una escalada de discursos de odio sin precedentes en la historia reciente, crímenes atroces como resultado de los discursos de odio propagados por personajes impresentables como Lili Téllez en México, Milei en Argentina o Trump, en Estados Unidos, forman parte de un momento histórico que presencia el avance de los fundamentalismos. Y ante ello, una pregunta incómoda: ¿Está la marcha a la altura de la época a la que asistimos? ¿Tendría que estarlo? Y pensaría que no se trata de la Marcha, sino de algunos de sus actores, de quienes dicen organizar para abusar de ese coto, por un lado, pero también de quienes desde su privilegio y blanquitud, aparentan una críticas que le hace más caldo a la derecha que los propios partidos conservadores.
Hoy, la CDMX es referente regional en derechos LGBTTTI+. Tenemos una legislación robusta, políticas públicas pioneras y, sobre todo, una sociedad civil organizada que no se cansa de empujar límites. El gobierno de Clara Brugada ha dado pasos importantes: desde programas de salud específicos hasta la promoción de espacios seguros, así como la consolidación de la política pública en materia de diversidad sexual y de género, con la creación de la Unidad de Atención a la Diversidad Sexual, que tiene como mandato, guiar todas las acciones del Gobierno de la Ciudad, para fortalecer el camino iniciado por la Dra. Sheinbaum, cuando fue jefa de Gobierno. Es cierto que los crímenes de odio persisten, el acceso a empleo digno para personas LGBTTTI sigue siendo una quimera, y las lgbtfobias siguen campando a sus anchas incluso dentro de la comunidad; es por ello que es necesario que el actual gobierno capitalino muestre una voluntad indiscutible; hay avances en políticas públicas, mesas de diálogo y acciones concretas; sin embargo, hoy el reto más grande está en el terreno social y cultural, para frenar el ataque sistemático en contra de la población en general, que busca desinformar, generar miedos y rechazo, desde espacios como los religiosos, económicos o políticos.
En ese tenor, la ausencia de Clara Brugada en la marcha, y el boicot injusto a su participación, fueron oportunidades perdidas. En un mundo donde figuras como Trump, Lili Téllez o Viktor Orbán convierten el odio en plataforma política, necesitamos que nuestras autoridades, además de políticas públicas, se sumen a la batalla cultural. Si me preguntan, pero también si no, a mí me parece que reducir a una acción de propagandas, un acto de esta magnitud, en un contexto global de avances del fascismo, leyes anti-LGBTI+ y discursos de odio, es una visión que antepone intereses particulares y es cortoplacista. Llama la atención que muchas de estas voces críticas provengan de personas que apoyaron a partidos de derecha en las últimas elecciones, como Taboada o Xóchitl, quien incluso celebró el triunfo de Milei, el enemigo más peligroso de las personas LGBTTTI en Argentina, y que son los mismos que históricamente han obstaculizado los derechos LGBTTTI. A mí no se me olvida la foto de esos que hoy rechazan la presencia de la jefa de Gobierno en la Marcha, apoyando a quien votó contra nuestros derechos humanos cuando fue diputado. Y está bien, que asuman su postura y que no utilicen como escudo un pretendido purísimo civil, cuando todxs sabemos quiénes son y el trasfondo de su rechazo. Su molestia nunca pareció ser realmente por "el uso partidista" de la marcha, sino porque quien encabeza este gesto es una mujer de izquierda y no una figura afín a sus preferencias políticas. Pero lo cierto es que ante el odio contra las personas LGBTTTI en el mundo, lo de menos es una afiliación partidista; lo importante, lo que tiene peso en este contexto político global, es el mensaje político que enviaría la CDMX al mundo: que frente a los gobiernos de Trump, Milei y los fundamentalismos europeos, hay una capital que no dará un paso atrás en la defensa de nuestros derechos humanos. En fin, se perdió esa voz necesaria, hoy más que nunca, y la historia habrá de juzgar a quienes por sus migajas partidistas, impidieron la voz de una aliada indiscutible.
Y por otra parte, precisamente por ese contexto político internacional, es necesario reconocer que la organización de nuestra marcha no puede seguir siendo un coto cerrado de unos cuantos. Es hora de cuestionar: ¿Por qué algunos comités reproducen abusos de poder, opacidad en el manejo de recursos o exclusiones arbitrarias? La marcha nació como un grito horizontal, pero este año parece que lo importante era aventar manifestantes para colocar un autobús al frente de la Marcha. Qué clase de "orgullo" es ese que aplasta literalmente a quienes salimos a marchar.
El autobús de un Comité, avanzó aventando, agrediendo a quien se negaba a darles el paso, poniendo en riesgo a miles de personas. Esto no fue un error logístico. Lo ocurrido fue un acto de autoritarismo y violencia, donde unos cuantos decidieron que su protagonismo valía más que la seguridad de lxs asistentes. Ya basta de estos abusos, es hora de replantear el Orgullo. Urge democratizarla, rotar liderazgos y auditar su gestión. Hoy, más que comités, parece que tenemos feudos que se han enquistado, simulando que organizan, cuando lo que realmente hacen es abusar de ese espacio. Desde hace años, se han documentado irregularidades en la gestión de algunos comités. También han habido exclusiones arbitrarias a colectivos críticos o disidentes, así como autoritarismo en la toma de decisiones, sin consultar a la base comunitaria.
El orgullo no es un día, es una trinchera. Y en esta trinchera, hoy más que nunca, necesitamos menos divisiones y más alianzas estratégicas. Porque mientras en Hungría prohíben la marcha, en México tenemos la obligación de hacerla imparable. Pero para eso, hay que limpiar la casa primero.
Nota al pie: Si el arcoíris fuera suficiente, ya habríamos acabado con la LGBTIfobia. Pero hace falta más, porque como decía Agnes Torres antes de ser asesinada: la marcha la hacemos todos los días. Fortalezcamos la organización, mantengamos viva la memoria y, sobre todo, transformemos la digna rabia en propuesta.