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  • 20 May 2024
  • 11:05
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Bukele, fascismo, detergente y Xóchitl Gálvez

Bukele, fascismo, detergente y Xóchitl Gálvez

Por Diego Regalado

Abrimos la regadera como una puerta. La cortina de agua es un espacio transitorio, un elevador. Champú, piso uno; jabón, piso dos. La caricia espumosa desprende incluso los malos pensamientos. Las cadenas de grasa e hidróxido de sodio sujetan la tierra seca y la piel muerta, para rodar como peñascos por el cuerpo desnudo.

Jordan Peterson asegura que Hitler tenía una obsesión absurda por la higiene. Además de tallarse muy bien todos sus recovecos, también le agradaba promover el buen aseo social. Parafraseando al autor, la raíz del genocidio Alemán fue un tema de limpieza; el cuerpo social fascista es un cerdo que necesita un baño para volverse hombre. Esta idea es similar a lo que se llegó a decir en Timón, la revista nazi de José Vasconcelos: “Hitler es la escoba de Dios”.

Está claro que es una ridiculez reducir el Holocausto a un trastorno obsesivo-compulsivo. Además, tampoco creo que Peterson sea necesariamente un apologista (aunque muy lejos no está). Sin embargo, es interesante la conexión conceptual entre la aniquilación de millones de vidas y el simple acto de enjabonarse. De hecho, otra forma a la que se le llama al genocidio es “limpieza étnica”.

Pero lo cierto es que las esferas de la higiene y la política suelen compaginar en el imaginario por una razón más sencilla: equiparar a una persona con desperdicio es el grado máximo de deshumanización, a la vez que permite que el discurso se mantenga eufemístico y sin escándalo. Es fácil sobajar a un grupo entero de personas a la vez que se mantienen “los modales” si en vez de hablar de masacrarlos decimos “sacar la basura”. La mayor vileza es la que habitúa la brutalidad.

Con Bukele ocurre la misma metáfora como eje de la narrativa política. Los reos de la enorme campaña “anti-pandillas” se ven obligados a hacer jornadas de limpieza como forma de humillación pública. Visten de blanco y están rapados. El pelo, además, es visto siempre como parte del campo de lo sucio. En Estados Unidos, solía raparse a los braceros mexicanos antes de rociarlos con el mismo insecticida que después usarían los alemanes en los campos de exterminio. Las prácticas de abuso fronterizo continuarían incluso después de la Segunda Guerra Mundial.

Pero, nuevamente, la limpieza siempre es una metáfora. Un acto escénico. Lo que opera detrás es una agenda política. En Palestina, el discurso es médico, no higiénico. Se busca “extirpar a los terroristas” o se “combate la enfermedad del islamismo”. Sigue siendo un genocidio, pero el eje narrativo es la victimización. En el juego del exterminio, el conserje es cínico y el doctor es hipócrita.

Bukele se reeligió ilegalmente como Presidente de El Salvador. Es imposible imaginar esto sin un profundo respaldo popular, incluso en otras latitudes. Se presenta como el “Maestro Limpio” de América Latina. Detergente abrasivo: duro, pero necesario. Ahora que “barrió la calle”, propone “limpiar la casa”. Otra forma de llamar a la persecución política. No es un tema de bañarse mucho. El poder se cuantifica conforme a la suma de las voluntades, libres o cautivas. Para ello, antes debe haber una identidad. El fascismo construye siempre en oposición y contraste: ellos contra nosotros. Puede ser una distinción étnica o social. Lo importante es crear un escenario donde la población done su voluntad para desaparecer a un “otro” relativamente imaginario. Los intereses más concretos se mantienen ocultos, en los círculos de los capitales locales y extranjeros.

Se podría decir que: a) las pandillas salvadoreñas son objetivamente malas, por lo que afrontarlas es justificable, y b) que es injusto comparar a las víctimas de la violencia racial con los criminales. Sin embargo, son estas mismas salvedades las que explican la elección de Bukele por antagonizar contra el sector criminal. Al igual que Felipe Calderón, que pactó a través de Genaro García Luna con el Cartel de Sinaloa en plena “Guerra contra el Narco”, Nayib Bukele hizo tratos con la pandilla MS13, facilitando incluso el escape de su líder de la cárcel. Esto deja en claro que en ningún momento hubo una intención genuina por abarcar el problema del crimen organizado. Ahora bien, cuando pensamos en el “daño colateral” del proyecto salvadoreño nos damos cuenta de que la definición de “pandillero” es laxa y se utiliza para detener arbitrariamente por motivos de clase y raciales. Finalmente, el objetivo de catalogar como “suciedad” a un grupo de gente (incluso criminales, personas racializadas o migrantes) es secundario en el proyecto fascista; el objetivo principal es desaparecer derechos y libertades en nombre de limpiar el Estado, la sociedad o el pueblo. Por más culpables que sean o puedan ser los presos salvadoreños, e independientemente de si merecen o no castigo, la verdad es que, bajo la sombrilla de acabar con ellos, Bukele ha instaurado lo que cada vez parece más una dictadura de corte semifascista.

Estamos a unos días de la elección presidencial y justamente hemos visto que el calderonismo sigue vigente en el país. Hace poco se descubrieron varias “granjas de bots” que operan desde el Sudeste Asiático para promover en Twitter las frases “Narco Presidente” o “Narco Candidata”. Incluso Xóchitl Gálvez lo mencionó ayer en el debate. Sería redundante señalar que quienes promueven esta campaña negra son los mismos que se beneficiaron del pacto entre Felipe Calderón y el Chapo. Lo más importante es ver la experiencia salvadoreña para entender que esta campaña de miedo y resentimiento no busca realmente combatir el narcotráfico, sino desmantelar los derechos y libertades políticas de las mayorías.