Tiempo de Leonas.
“Debe obedecer la orden aunque no tenga sentido, porque tiene sentido para sus superiores, si no, no se la hubiesen dado.”
-Ira Levin. (Autor de “El Bebé de Rosemary” y de “Los Niños del Brasil”)
“No nos beneficia ni nos perjudica, sino todo lo contrario”
-Luis Echeverria Álvarez, Presidente priista de México de 1970 a 1976.
“Ha muerto el rey, viva el rey”. ¿Habrá sido ese el pensamiento del presidente del PRI “Alito” Moreno cuando se enteró de la muerte de uno de los dos expresidentes que definieron el priato durante el siglo pasado, el de la guerra fría?
La ironía es de un asco histórico, afuera del palacio del PRI en la avenida Insurgentes, un anuncio del tamaño de un edificio refrenda el apoyo morboso al rostro gigantesco de su líder, como un promocional al botox y a la impunidad sonriente.
Ese es el mismo PRI del Alito, no fue capaz de pagar una esquela de respeto por la muerte de uno de los dos expresidentes que moldearon y dieron la identidad más aterradora y funcional del PRI (el otro es Carlos Salinas de Gortari).
Así, el monolítico partido político que instauró bajo el despotismo de Echeverría la corrupción y el autoritarismo como un código genético de desprecio, solo le dedicó como epitafio una lápida en redes sociales, un escueto comunicado de 5 líneas perdido entre los lamentos plañideros de su presidente Alito.
El sistema presidencial del priato nunca fue el mismo después del gobierno de Luis Echeverría, él definió el culto al presidente incuestionable, al del rostro sin expresión, al quimérico producto político que mestiza al psicópata con el sociópata.
Y después de él, los presidentes grises tecnócratas cómo de la Madrid, hasta llegar a los payasos, los bufones, igual de mortíferos, pero más recordados por sus cómicas y repugnantes ineptitudes, Ernesto Zedillo y Enrique Peña Nieto.
La masacre de Acteal en el gobierno de Zedillo y la represión estudiantil de Ayotzinapa durante la presidencia de Peña Nieto, son en sí, el seguimiento del halconazo de Echeverría.
Lo mismo que la matanza de Tlatelolco, que se instrumentó cuando fue Secretario de Gobernación con su mentor el expresidente priista Gustavo Díaz Ordaz, la dupla presidencial priísta (el tirano y el payaso) también estuvo presente en el breve panato, con el inocuo Fox y el tiránico psico-sociópata Felipe Calderón, ambos desatados en las redes sociales.
El novelista Irá Levin escribió en 1974 su novela “Los niños del Brasil” en la que imagina el destino de clones de Hitler diseminados por Latinoamérica. Como una escenificación de los retorcimientos de Levin, el ADN político de Luis Echeverría se decanta en un PRI descafeinado, en un PRI pusilánime en el que los payasos, por más tiránicos y sociópatas, están tan disminuidos que tienen que compartir escena con una ultraderecha que los desprecia, como lo demuestran las declaraciones plagadas de asco del diputado panista Santiago Creel, frente a otro líder de bolsillo, Marko Cortés.
La muerte de Echeverría también es el inicio de la nostalgia de los infames, el derrumbe de las aspiraciones al lugar en el catálogo histórico de sus hijos moldeados por el clasista bienportadismo del político de plástico del facebook y del fascismo capitalista y clasista del I-phone, del Starbucks y del botox.
Nostalgia del tirano extinguido en el pelo que no se despeina con los histrionicos discursos nivel clavillazo del coordinador de la fracción parlamentaria del PAN en la Cámara de Diputados, Jorge Romero Herrera, en los berrinches fascistas de la diputada Margarita Zavala, esposa del expresidente Felipe Calderón e impune por el infanticidio masivo de más de 40 bebes en la guardería ABC, un crimen marcado por el ADN político del echeverrismo, que enmarca el grado de sociopatía del segundo presidente panista conocido como el Comandante Borolas.
Su ADN vive en la comparsa heteronormada y antifeminista de las diputadas panistas América Rangel, Teresa Castell de Oro y Lilly Tellez, -esta última- recordando en Twitter que Echeverria le quito tierras a su familia en Sonora, pero olvidando a propósito el incidente del exgobernador sonorense Armando Biebrich, y su telenovela de amor odio con el echeverrismo y su redencion por el mismo PRI, con el que ahora se enlaza en su desprecio contra el gobierno histórico del Presidente Andrés Manuel Lopez Obrador y de la 4T.
O en los chantajes ridículos de Ricardo Monreal, que a ritmo de rap intenta resquebrajar y descarrilar la continuidad del proyecto de la 4T en busca de una imposible candidatura presidencial, pero para insertar a sus embriones del echeverrismo en la 4T, incluso a uno, que como larva de la traición arcoiris y su reelección forzada despojó a una persona no binaria, a un hombre trans o a alguna mujer bisexual de la posibilidad de una diputación al aferrarse babeante a una curul plurinominal.
Echeverría no se fue impune cómo afirman sus niños, se fue despojado se su pensión, se fue humillado hasta el grado de tener que formarse cómo cualquier adulto mayor precarizado para recibir su vacuna del COVID.
Se fue como un petrificado minotauro encerrado en algún rincón de su gigantesco y lujoso laberinto de Cuernavaca, viendo la pared y deseando sin éxito la llegada de un perseo que lo decapitara.
Mientras el catálogo de sus niños, sus vástagos políticos déspotas enemigos del pueblo, clasistas e hipócritas, considerados como traidores a la patria, entre los que se encuentran los panistas Julen Rementeria, Gabriel Quadri, Mariana Gómez del Campo, y el propio expresidente Felipe Calderón, quienes lo admiran y lo imitan secretamente.
Hoy su bebe en turno, Alito Moreno, escurre su recuerdo perdido en su propio gigantesco automonumento, un letrero donde se da apoyo a si mismo en un anuncio que se ve a cuadras de distancia, en el palacio de la ignominia echeverristica, en la manzana que ocupa el PRI en la avenida Insurgentes de la Ciudad de México.
Y el podrido centenario rey, reducido a cenizas le sonríe a su bebe del priato desde el infierno de la historia del PRI, contemplando en la su obra, el reducido hibrido entre el tirano y el payaso en un solo paquete.
Mientras se vuelven profecía las palabras del autor del Bebe de Rosemary “Hay otros como yo, miles, quizás millones”
-Ira Levin.