Hoy en día es usual que las narrativas de la bondad tecnológica se acompañen de promesas abstractas y elevadas: curar enfermedades como el cáncer, acabar con la pobreza, hacer la vida más justa y el trabajo menos pesado; en fin, actualmente toda promoción de avance tecnológico hace gala de unos objetivos grandilocuentes que difícilmente podrían encontrar resistencia; ya que, supuestamente, apuntan al progreso humano y el mejorar la existencia de la especie.
Sin embargo, tras tres revoluciones industriales y una nueva en curso; con la humanidad fusionándose con la tecnología y haciéndola parte de su cuerpo y mente, cabría preguntarnos hoy si la vida de las personas ha mejorado sustancialmente al ritmo que la tecnología ha avanzado. Y no sólo eso, habría también que preguntarnos si todo esto trajo consigo nuevos derechos y obligaciones al mismo ritmo, ya que se esperaría que la población contara con más derechos y protecciones conforme las capacidades de poder de las instancias que crean y poseen medios científico-tecnológicos aumentan y se diversifican.
No obstante, es innegable que los avances científico-tecnológicos han mejorado las condiciones de vida de la humanidad y su riqueza, tal como el aumentar la esperanza de vida, erradicar enfermedades o acrecentar la capacidad humana de producir alimento de manera eficiente. Empero, no tanto se ha logrado a la hora de administrar tal bonanza, ya que sigue existiendo hambruna, enfermos que no acceden a servicios de salud o medicina, así como muertes prematuras, puesto que buena parte de estas mejoras de condiciones de vida y existencia siguen apuntando al mismo lugar: el lucro, el mercado y el individualismo por sobre el interés público.
Y es que, por más cambios que pueda -o no- obrar la dupla ciencia y tecnología, la administración de los asuntos humanos, la distribución de capacidades de capital y ejercicio de poder, son fuerzas que determinan el rumbo que el desarrollo científico-tecnológico, especialmente en esta etapa de la ciencia en la que nos encontramos, en donde la inventiva e innovación humana se encuentran enmarcados en el modelo corporativista privado, con empresas cuasi monopólicas; por tanto, no sorprende que los millonarios de hoy se sepan con la capacidad de influir directa e indirectamente el futuro de la humanidad a través de sus productos y sistemas.
Si se duda de lo anterior, sólo basta con preguntarnos ¿por qué sigue existiendo hambruna en el mundo si la humanidad tiene la capacidad científico-tecnológica de producir alimentos para todas y cada una de las personas en el mundo? Esto es debido a la administración político-económica de los asuntos humanos y su estructura legal internacional, en donde el capital juega un papel vertebral en el acomodo y repartición.
Todo este panorama se recrudece debido al saldo de varios años de neoliberalismo, en donde el poder político no sólo se sometió al poder económico, sino que se corrompió al punto que la estructura político-institucional internacional se adecuó a las necesidades del capital; es por eso por lo que al día de hoy los magnates y oligarcas tecnológicos de países como Estados Unidos se creen con el derecho y la capacidad de inmiscuirse en asuntos de política interna como de Bolivia, Brasil o Venezuela.
Por tanto, la tecnología no es neutral en absoluto, sino que está impregnada de valores, objetivos y metas que son afines a intereses socioeconómicos, varios de los cuales pertenecen al liberalismo político-económico y su fase neoliberal, lo que forma de facto un sistema tecno-neoliberal, en donde el poder que le conceden sus capacidades les brinda la posibilidad de distorsionar y hasta demoler principios y acuerdos político-sociales que se creían establecidos, tales como la democracia, la desaparición superficial de relación patrón-obrero o la conversión del consumidor al “prosumidor” (productor y consumidor al mismo tiempo).
Para ilustrar lo ya mencionado, tomemos en cuenta hacia donde apunta el mercado de la inteligencia artificial (IA), en donde el objetivo es crear una réplica sintética de la especie humana, sólo que, con características y capacidades mejoradas, las cuales ayudarían a suplir a la especie humana en diferentes lugares de trabajo; o al menos esto es lo que ilusoriamente imaginan en el futuro diversos personajes, uno en el cual se sustituya la fuerza laboral humana con una fuerza laboral sintética. Otro ejemplo viene de la flexibilización y precariedad laboral asociada al trabajo de plataformas de servicios como los envíos o los traslados.
Y si no es neutral la tecnología, entonces ¿hacia dónde apunta el progreso? Porque el progreso tecnológico actual se asocia más a la obtención de ganancias y la formación de megaempresas con capacidades monopólicas, que a la solución de problemas humanos y el mejoramiento de condiciones de vida. Por tanto, si el progreso no apunta a un beneficio colectivo, ¿por qué seguirles concediendo a las empresas de tecnología tantas salvedades a regulaciones y responsabilidades?
Asimismo, también resultaría útil preguntarse si tal progreso debería tener límites o topes éticos y morales, así como controles, ya que tecnología tan altruista como aquella que permitiría a gente paralítica volver a moverse también abre la puerta a que las empresas impongan su lógica en el funcionamiento y procesos cerebrales; por lo que por más benéfica y deseable que pueda resultar está tecnología cerebral, su comercialización también pone en relieve riesgos que no se pueden soslayar ni dejar incontrolables, por más “libre” que se crea el mercado.