Desde hace unos días, se gestó una polémica absurda relacionada con una supuesta filtración de lo que serán los nuevos libros de texto de la SEP de educación primaria, en los que supuestamente se incluyen palabras o frases del uso popular, por ejemplo: “fuistes”, “dijistes”, “vinistes”, “nadien”, etcétera. Escandalizó que en dichos textos se implicara que había que entender estas frases o palabras como “expresiones correctas” en el sentido que son típicas de la oralidad y nuestro contexto cultural.
Aparentemente, esto incendió los ánimos de los fascistas de la lengua, pues consideraron que se estaba dando un uso incorrecto al lenguaje, ya que, según sus ideas, esto conlleva a que se pervierta nuestra manera de hablar. Incluso hubo todo un reportaje de Latinus sobre este tema, donde sorprende que un conductor con la trayectoria de Loret de Mola no tenga ni la más mínima referencia del estudio de la lengua en un sentido académico y que, además, se diera a la tarea de inclinar la opinión hacia prejuicios clasistas, donde su mensaje hizo eco en personas que están igual o más confundidas.
Esto se explica en el hecho de que el gen más visible de la derecha en México es la discriminación y la fobia a lo diverso desde diferentes ángulos, ya que no es sorpresa que en nuestro país se discrimine por el color de piel, el lugar de nacimiento o la condición socioeconómica. Sin embargo, en este caso, lo que resulta particularmente perturbador es observar la discriminación en nuestra manera de comunicarnos.
Históricamente, hay muchos ejemplos de este tipo de discriminación, y resultan interesantes casos como en la antigua Grecia, donde los macedonios eran a menudo discriminados por no hablar griego y por tener costumbres y tradiciones diferentes a las de los griegos. Igualmente, durante la Edad Media en Europa, el latín culto era la lengua oficial de la iglesia y la educación, y se consideraba superior a todas las lenguas vernáculas.
Existen casos más modernos como en los Estados Unidos, pues durante el siglo XIX, los hablantes de inglés discriminaban a los hablantes de lenguas extranjeras, como el español, el italiano y el alemán. Durante el régimen franquista en España, se prohibió el uso de lenguas regionales como el catalán, el gallego y el vasco. También en Sudáfrica durante el apartheid, el gobierno promovió el afrikáans como la lengua oficial y reprimió el uso de otras lenguas africanas como el zulú, el xhosa y el sotho.
Ahora bien, ¿a qué responde este enojo?, ¿no somos libres de hablar y expresarnos como nos dé la gana? Pareciera que, como siempre, lo que les duele es la diversidad y que las cosas no quepan en su sesgada y limitada manera de entender el mundo.
Es crucial partir de la idea de que las lenguas son sistemas adaptativos complejos diseñados para ayudar a los hablantes. Considerarlas como estructuras concretas y estáticas es impráctico e ilusorio. Además, en la vida diaria, nadie se expresa siguiendo la norma que ellos mismos apelan, lo que demuestra que el lenguaje popular, lleno de expresiones como “wey”, “tons” o “chale”, es la forma común de comunicación. Esto sin mencionar la comunicación usual a través de la tecnología y las redes sociales.
En este contexto, la Secretaría de Educación Pública, ha dicho que aún no cuenta con una versión final de los libros de textos que se usarán para el siguiente ciclo escolar, por lo que en otras palabras, la oposición está peleando contra la nada, con los ojos vendados y haciendo un ridículo total.
Lengua idioma y dialecto
La confusión principal sobre el uso de las lenguas surge de no distinguir entre los conceptos de lengua, dialecto e idioma, y del interés de ciertos actores sociales que responden a una ideología con implicaciones discriminatorias. Es importante destacar que una lengua es un sistema de comunicación verbal utilizado por una comunidad específica de hablantes, que incluye diferentes dialectos, variaciones regionales y estilos de habla. El idioma es una forma más específica y concreta de la lengua que se considera estándar, oficial y que se utiliza en contextos formales.
No obstante, la idea del idioma suele inclinarse hacia perspectivas ideológicas y de una clase dominante que impulsa o pretende imponer su visión a través de organismos e instituciones.
Es vital repetirlo una y otra vez: la lengua la hace el hablante, no la RAE, los amantes del buen gusto y menos Loret de Mola. El hablante es el creador y responsable de cómo utiliza el lenguaje. La lengua, como sistema de comunicación, está formada por reglas y convenciones establecidas por la sociedad, pero el hablante decide cómo usar esas reglas y convenciones para comunicarse, lo que refleja su estilo personal, su educación, su cultura y su entorno.
La diversidad lingüística enriquece, no degenera. El español ya no pertenece solo a los españoles, sino a todos los hispanohablantes en todo el mundo. Según el último informe del Instituto Cervantes publicado en 2021, ascienden aproximadamente a 585 millones, donde solo el 10% de los hispanohablantes reside en España, mientras que el 90% restante se encuentra en América Latina.
El uso de la norma lingüística ha sido una herramienta de poder para imponer una cultura dominante, pero eso no invalida el valor de las normas lingüísticas en sí mismas. Por eso, es fundamental trabajar para fomentar una actitud respetuosa y no discriminatoria hacia las variaciones lingüísticas, reconociendo la riqueza y diversidad del lenguaje y su papel como herramienta fundamental para la comunicación humana.