Escribo las presentes líneas justo a un día de cumplir 27 años.
Más allá de la referencia de la broma negra del “Club de los 27´s” y de los rockstars que fenecieron en la cúspide de sus carreras, a los 27 años, es inevitable el surgimiento de nostalgia cuando se aproxima un año más a la cuenta.
Un año más, un año menos.
Este en particular, arrollado por las eventualidades de la vida. Con una arraigada melancolía y poesía sufrida desde hace cinco meses, que mi madre partió.
Por primera vez en mi vida, no hay brújula que guíe referencia. El norte y el sur se encuentran camino a la misma dirección.
Solo queda por mapa la intuición interna y el valor de reconocerla, aceptarla y perseguirla.
La juventud se aleja sin retorno, rumbo a la desaparición. Pienso en mis días más enérgicos, en que mi juventud la entregué a un propósito mayor; a una pasión individual de aspiración colectiva. A la permanente militancia, abajo y a la izquierda.
Ingresé al Movimiento de Regeneración Nacional a los 17 años de edad, en el año 2015. Hace ya cerca de una década. Ahí realicé un voluntariado largo y de sumo aprendizaje. Sobre todo, con la dicha de recorrer el estado, decenas y decenas de municipios que me permitieron aproximarme con la realidad.
La realidad que cuando se mastica provoca sabor amargo y leves nauseas.
Fue hasta el año 2019 cuando recibí mi primera responsabilidad partidista: Fui nombrado Secretario de Derechos Humanos de Morena en el estado de Puebla. A los veintidós años de edad era yo el miembro más joven de los comités ejecutivos estatales de Morena en todo el país. La utopía era el imán de todo paso, caminaba con sonrisa revolucionaria y osadía de guerrillero.
Un año después recibí invitación a incorporarme a la administración pública estatal, en la secretaría de gobernación. Labor que he desempeñado desde hace tres años y medio.
Fue un golpe de realidad el tránsito de la vida partidista a la vida burocrática. La realidad siempre supera a la ficción. El monstruo en forma de elefante blanco y reumático, como se caracteriza a la burocracia es más tenebroso cuando se mira por dentro. La realidad debe cambiarse desde las estructuras más añejas e inoperantes como lo son los espacios burocráticos. Si la revolución de las conciencias no pasa por ahí, no se consumará a profundidad.
En estos tres años y medio dentro de la administración pública he refrendado lo mágico y nutritivo que es recorrer Puebla, los pueblos, su comida, su gente y su aire alimenta el espíritu. Llena todo sentido de pertenencia.
Es menester encontrar la pertenencia en los intangibles y no en la monotonía ni en la comodidad de una quincena fija. La burocracia debe ser un espacio a transformar, no así deben transformarse en burócratas los militantes que ingresan al servicio público.
Es sencillo acostumbrarse a la licenciaditis, -oiga licenciado-, -por aquí licenciado-, -no se preocupe licenciado-. Es también fácil dejarse llevar por la negatividad y el realismo mexicano, de que no se pueden cambiar las estructuras de poder y que la tendencia es inamovible. Las sonrisas revolucionarias y las osadías guerrilleras han mermado casi hasta la inexistencia.
Mi única brújula funcional, la intuición, me dicta no abrazar el salario fijo y las cómodas certezas. Me insta a buscar la posibilidad, a encontrarme con la historia, a dejarme arrollar por ese torbellino que al final pone a cada quien en su lugar; y así lo haré.
Sirvan las presentes líneas para agradecer las oportunidades brindadas, la mano extendida y la invaluable confianza.
De igual forma para agradecer a quienes hacen posible se abran espacios en las futuras puertas a cruzar, en los siguientes caminos a trazar.
A Dios, mi mamita y a mi padre, sus eternas bendiciones. Sus trascendentales cuidados.
Que el porvenir venga lleno de triunfos, en el sentido que decía Pepe Mújica: “El verdadero triunfo en la vida es levantarse cuando uno se cae”.