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  • 07 Feb 2023
  • 17:02
  • SPR Informa 6 min

La falacia del progreso tecnológico: ¿A dónde va y a quién beneficia?

La falacia del progreso tecnológico: ¿A dónde va y a quién beneficia?

Por Ernesto Ángeles .

En el sector tecnológico, especialmente en Silicon Valley, es muy común la cultura de disrupción y “destrucción creativa”, en donde se enfocan en el avance tecnológico y luego en preocuparse acerca de las consecuencias o los daños que la tecnología causa en su camino hacia el “progreso”. Sin embargo, más allá de lo interpretativo de la palabra, históricamente el progreso ha sido la justificación para actos tan aborrecibles como la experimentación en humanos y otras bajezas; esta estrategia nominativa también ha incluido conceptos como civilización o salvación, sobre todo en los procesos de  colonialismo y esclavitud, en los que aún hoy en día existen personas que lo justifican en nombre mismo del “el progreso” o la “civilización” misma, al punto que las sociedades colonizadas deberían estar “agradecidas”, según algunos (aborrecibles) autores. 

Hoy en día esta palabra ("progreso") ejemplifica bastante bien la situación auto referente que abarca buena parte de la cultura tecnológica contemporánea, no sólo en Estados Unidos, sino bajo el modelo productivo actual, en donde mucho depende de la iniciativa política y la capacidad de incidencia del mercado tecnológico y las empresas que dominan los diversos sectores.

En la actualidad el progreso suele citarse como la justificación perfecta para apostar por más tecnología: más servicios, más dispositivos, redes más rápidas, procesadores más potentes y toda una serie de ideas que se basan en la justificación del progreso; sin embargo, si analizamos específicamente algunas tecnologías (o promesa de ellas), podemos ver que detrás de lo que sea que entienden por progreso, las compañías y las personas que las dirigen y administran las grandes tecnologías tienen intereses puntuales como ganar más cuota de mercado y extender su influencia política. En otros casos también influyen los objetivos personales, tal como el  financiamiento de tecnologías para extender la vida, rejuvenecer o la preservación del cuerpo o mente por medios artificiales; en otros casos no es más que la megalomanía de pocos, en donde algunos empresarios se presentan como benefactores de la humanidad, pero sus intereses son más ambiciosos y humanos que lo que muestran, tal como es el caso de Bill Gates, Mark Zuckerberg o Elon Musk.

De acuerdo a la RAE[1], progreso significa 1. m. Acción de ir hacia delante. 2. m. Avance, adelanto, perfeccionamiento. Entonces, surge la pregunta ¿Qué significa progreso tecnológico y por qué se usa para justificar el desarrollo de tecnologías? Y más allá ¿Hacia dónde dirige ese progreso? ¿Cuál es la finalidad? ¿Qué problemas se buscan resolver? ¿A quién beneficia tal progreso? ¿Cuál sería la meta y cuáles los límites?

Y es que el pretexto del progreso por el progreso tiene poco de fundamento y mucho de promoción y publicidad, aún cuando muchos de los buenos objetivos y deseos que presentan hoy los discursos pro-tecnología han estado presentes desde hace mucho, tal como es el caso de la tecnología crypto y la web 3.0, los cuales se han apropiado casi íntegramente del discurso de sus predecesoras la web 1.0 y 2.0, en donde supuestamente se debía permitir un desarrollo no regulado de esta tecnología porque esto inhibiría no sólo la innovación, sino que también atentaría con  valores fundamentales como la libertad de expresión y hasta la democracia; por tanto, según este discurso, entre más internet y sus servicios como las plataformas de redes sociales, mayor democracia, libertad de expresión y hasta comunidades más unidas, fuertes y diversificadas, ya que éstas no dependerían de la limitante física.

Varios años después nos encontramos con que el uso de la tecnología ha propulsado y fortalecido las tendencias de ascenso de la ultra derecha y el neofascismo; así como también ha permitido que las empresas tecnológicas (principalmente estadounidenses) amasen unas capacidades de poder que superan hasta la capacidades de países enteros, las cuales han ejercido con poca o nula rendición de cuentas a las sociedades y países que afectaron. La más reciente es la supuesta lucha contra la desinformación y la puesta en servicio de las plataformas para intereses y objetivos políticos y militares en particular, en donde se ha comprobado que tales corporaciones tienen una relación más que simbiótica con el aparato militar-industrial de Estados Unidos, así como con las distintas agencias de seguridad e inteligencia.

Este determinismo usualmente también se aplica en el desarrollo de tecnologías como la Inteligencia Artificial (IA), sobre la cual se presentan ideas casi inevitables acerca de cómo esta tecnología desplazará a millones de empleados de áreas tan diversas como los servicios o las manufacturas; ni se diga de aquellos que imaginan que una IA adquirirá consciencia y decidirá matar a la humanidad. Sin embargo, resulta irónico que algunos desarrollos y decisiones empresariales no sólo no evitan estos escenarios, sino parece que los toman como hoja de ruta, sobre todo esta perspectiva bastante realista sobre un futuro con muchos desempleados. 

Sin embargo, la tecnología no es una entidad autónoma que ejerce cambios por sí misma, es (aún) un producto emanado de la actividad humana y, por tanto, bastante interrelacionado con otras áreas de la actividad humana. En este proceso, la economía es una de las áreas humanas que más influencian a la tecnología, la cual en su afán de perseguir la eficiencia, abaratamiento y ganancias extremas (sin tener en cuenta el daño que esto puede generar a la sociedad, el clima o los Estados), está apostado por desarrollar “soluciones” adecuadas, en donde los trabajadores y el humano en sí pasan a ser otra mercancía y factor del cual se puede prescindir si se apuesta por más automatización.

Y no es que no existan alternativas en el desarrollo tecnológico y su implementación, sino que la influencia del factor económico es excesiva, al punto de determinar el tipo de tecnología que se produce, los fines y problemas que busca atender, así como los medios con los cuales se persiguen tales objetivos (elementos que gracias a la magia de la publicidad pasan a ser medida propia de lo que entienden por “progreso).

Ya ni se diga la engañosa publicidad de las “tecnologías verdes”, varias de las cuales siguen siendo igual o más intensivas en los recursos naturales que requieren para su producción masiva, todo esto en un marco económico que apuesta por el crecimiento interminable en un planeta con recursos finitos. Es innegable la influencia que ejerce el capital sobre la tecnología, y es que no hay que olvidar que el credo neoliberal (que aún se mantiene Silicon Valley) es apostar por mayor individualización y el desplazamiento paulatino de lo público, sobre todo del rol del Estado, en donde la propiedad privada y los márgenes de ganancias son el objetivo a alcanzar; por lo que el “progreso” se alinea más con los imperativos de eficiencia, ahorro, individualización y ganancia.

Ya desde hace tiempo atrás se ha demostrado que, al menos técnicamente, existe todo lo posible para alimentar a toda la gente de este planeta, ya que no se trata de un problema de “sobrepoblación” (como los ecofascistas suelen decir) ni un problema de capacidades productivas, sino que el problema recae en la distribución de los bienes y el acceso a ellos; sin embargo, en el proceso de solucionar un problema (que en primer lugar no debería existir, según las capacidades técnicas y tecnológicas contemporáneas) muchos actores han usado la lucha en contra del hambre como un objetivo ideal para desviar recursos u optar por medidas casi experimentales en nombre del progreso de la humanidad y ciertos países en particular, tal como lo está haciendo Bill Gates y sus diversos proyectos ecológicos en África.

Esta supuesta filantropía en nombre del progreso no termina ahí, sino que actualmente hay casos como la ingeniería biológica o la tecnología neuronal que, amparados en el objetivo de “ayudar”, han llevado a cabo una serie de experimentos que bien podrían considerarse inmorales, poco éticos y hasta monstruosos, tal como el caso de Elon Musk, el cual en su supuesta lucha por crear tecnologías que puedan operarse mentalmente (según ellos para ayudar a pacientes paralíticos), ha desarrollado una empresa de tecnología neuronal que se estima que lleva un saldo de más de 1500 muertos en experimentos en un período de 4 años.

Y digamos que tales tecnologías y proyectos en nombre del “progreso” de la humanidad ( y todos los buenos deseos que se puedan añadir) tienen éxito, ¿quién y cómo se beneficiará de tales adelantos? ¿estarán sujetos a la protección de la propiedad intelectual y el secreto industrial o serán libres de licencia y de código abierto? ¿Cómo será la producción y el acceso a tales adelantos? ¿Cuál sería el tipo de administración de la entidad a cargo de tal adelanto, será jerárquico u horizontal? ¿Será una ONG o una empresa comunal?  

Y es que si se acepta de manera abrupta y real que la tecnología: se está desarrollando en un marco corporativo, privatizado, individualista y fuertemente neoliberal; la tecnología misma sería objeto de análisis más profundo y riguroso, ya que actualmente este sector está más cercano al capitalismo de la Inglaterra del siglo XIX, en donde existe una apropiación y aprovechamiento irrestricto de la producción del consumidor/usuario, así como un poder monopolístico sin parangón. 

Al día de hoy se hace obligatorio evaluar las promesas que promocionan en torno a la tecnología y analizar no sólo el producto en sí, sino todo lo asociado a su existencia y funcionamiento, esto incluye la manera en la cual lo promocionan, ya que por más buenos deseos que se quieran mostrar, las instancias líderes en la producción tecnológica contemporánea son empresas, las cuales tienen intereses  y objetivos puntuales y particulares, los cuales en varios casos se alejan del bien común que, al menos en teoría, debería guiar a toda sociedad; por tanto, es necesario volver a darle a la ciencia y la tecnología su justo lugar en la humanidad, el cual en absoluto debería ser estar a merced de unos cuantos y unas fantasías individuales, en este proceso el Estado debería ser la guía y no el espectador.


 

[1]https://dle.rae.es/progreso