Cuando hablamos de cultura nos referimos al conjunto de elementos y características propias de una determinada comunidad, sus costumbres, tradiciones, las normas y el modo de un grupo de pensarse a sí mismo, de comunicarse y de construir una sociedad
¿Referirnos a la existencia de una cultura de la violación es exagerado?
De acuerdo con datos publicados en el 2021 por la Organización Mundial de la Salud, se calcula que 736 millones de mujeres en el mundo (1 de cada 3), han sido víctimas de violencia física o sexual, esto equivale al 30% de las mujeres mayores de 15 años en el mundo.
A su vez, de los mismos datos se deprende que alrededor de 640 millones de mujeres de 15 años o más, es decir el 26% de las mujeres, han recibido agresiones sexuales por parte de sus parejas.
La cultura de la violación se refiere a cómo la violencia sexual que podemos llegar a vivir las mujeres se justifica en el entorno: los medios de comunicación, dentro de la familia y en la sociedad en general.
Esto se perpetua con el uso de lenguaje misógino, la despersonalización del cuerpo de las mujeres y el embellecimiento de la violencia sexual, dando lugar a una comunidad que normaliza las agresiones sexuales.
¿Qué pasa cuando se corre la noticia de una mujer abusada sexualmente? En la cultura de la violación, las sobrevivientes son duramente criticadas y juzgadas, seguro te suenan frases como ¿pues qué traía puesto? ¿qué hacía en ese lugar? ¿por qué sale a esas horas?, habrá quien se atreverá a decir: ella se lo buscó.
Al sabernos inmersas en esta cultura, las mujeres tendemos a limitar nuestro comportamiento. Si eres mujer, seguro te ha pasado que piensas con cuidado qué lugares de la ciudad vas a recorrer antes de decidir qué ropa ponerte (más si caminas mucho o usas el transporte público); si andas sola, tratas de no llamar la atención o verte lo menos atractiva posible, intentamos pasar desapercibidas con tal de noprovocar, porque sabemos que si algo nos pasa todos dirán que fue culpa nuestra.
Básicamente a las mujeres se nos ha enseñado a sentir vergüenza en todo momento, y eso es justamente lo que Gisele Pelicot quiere combatir.
La víctima descubrió que, entre 2011 y 2020, su pareja la drogaba y permitía que otros hombres la violaran mientras ella estaba sedada. Con ayuda de la policía, se encontraron vídeos de la violencia ejercida sobre ella, por lo que actualmente Gisele lleva en Francia un juicio en contra de su – pronto ex esposo – y otros 51 hombres, pero al parecer fueron más de 70 los implicados.
Bajo la premisa de la vergüenza debe cambiar de bando, Gisele decidió que el juicio sea completamente público, sabe que la sociedad podría hablar muchas cosas sobre ella, pero quiere que se trate de un juicio público para que todo el mundo pueda reconocer a sus agresores sexuales, “cuanta más publicidad, cuanta más deshonra para ellos, mejor”.
A inicios de septiembre comenzaron las audiencias públicas relacionadas con este juicio, a las cuales los agresores han acudido con cubrebocas y otro tipo de cubiertas para tratar de no ser exhibidos.
Esto parece indicar que el objetivo de Gisele se está logrando: la vergüenza ahora está de su lado.
Es impresionante como alrededor de 70 hombres estuvieron involucrados en estas agresiones sexuales durante casi 10 años y, siendo que algunos han declarado haberse negado a mantener relaciones sexuales con Gisele por darse cuenta de que estaba sedada, ninguno de esos hombres se atrevió a denunciar lo que estaba ocurriendo.
Gisele es una valiente mujer de 71 años que ha decidido alzar la voz por todas las mujeres que son víctimas de agresiones sexuales sin saberlo, para que ninguna mujer más tenga que soportar la sumisión química.
Es una locura que las mujeres alrededor del mundo sigan siendo quienes cargan con el juicio social tras sufrir una agresión sexual, las víctimas no deben cargar ningún tipo de culpa, esa carga debe ser para los agresores.
Entre las cosas que podemos hacer para combatir esta cultura negativa está empezar a hablar fuerte y claro sobre el consentimiento sexual, este consentimiento siempre debe conllevar un sí activo, donde ambas partes estén de acuerdo en las prácticas sexuales que se van a llevar a cabo, es decir, no basta con “no escuchar un no”.
También hay que dejar de culpar a las víctimas, optando por dejar de usar lenguaje que cosifique a las mujeres y justifique el acoso, mostrando tolerancia cero hacia acciones que carguen a la mujer con la responsabilidad de sufrir algún tipo de agresión sexual.
¿Sigue sonando extremo referirnos a una cultura de la violación? Tal vez ya no tanto.