¿Fuerza? La manera como acostumbraban hacer las cosas. ¿Corazón? Podrido por el odio, la estulticia y el desquicio. ¿México? El botín que desean seguir hurtando. No hay día en que la oposición dirigida por Claudio X abandone el exhibicionismo, pero algunas veces (no pocas) cruza la línea de lo grotesco.
Ya no son raros los desatinos que acompañan sus manifestaciones; el performance de la estulticia “coquette”, la insostenible cacofónica mendaz de la supuesta amenaza de una dictadura represora y autoritaria que tolera las marchas y las diatribas en las plazas públicas, la radio, los impresos, la televisión y las redes sociales.
¿Cuál es la magnitud de la desesperación de los grupos que en otro tiempo detentaron el poder público? ¿Hasta dónde llega su desprecio por el pueblo que día con día pretenden insultar la inteligencia popular?
Las infamias tagueadas de forma sincronizada en redes sociales ya resultan peccata minuta frente a las nuevas y bestiales ocurrencias de los voceros de la democracia de unos cuantos. Los dislates de un merluzo Vicente Fox ya pasan como anécdota de comedia frente a las furibundas ocurrencias de quienes se desbocan en todos los medios de comunicación a su alcance para, según ellos, apuntalar la campaña de Xóchitl Gálvez. La rabia incontenible marca Lozano, Pagés, Belauzarán, Moreno Biehl, Ponce, Téllez, Hiriart, Ferriz, Quadri, Riva Palacio, Dresser, Krauze, Sarmiento y otros tantos sicarios de la X ha superado la diatriba politiquera hasta convertirse en un incendio mediático donde el fuego es la estigmatización maniática al puro estilo del “triángulo negro” (Gemeinschaftsfremde / Arbeitsscheu) del régimen nazi.
Para mala fortuna de la presidenciable hidalguense, la insalubre alianza bajo la sombra del barón X la ha dejado atrapada en un equipo de disonantes cognitivos que, en el mejor de los casos, recicla la insípida campaña de miedo al comunismo orquestada contra López Obrador, misma que ya no hace mella ni la clase trabajadora ni en la cúpula empresarial. Pero en el peor y más común de los casos, las voces de quienes pasaron de la figura pública al desfiguro en público, se han dedicado a debocar todo su incontenible odio, expresado en su clasismo y racismo paranoico.
Por increíble que parezca, la arrogancia de la derecha ha llegado al extremo de pretender borrar de la memoria colectiva su oscuro pasado, y a través de una coreografía victimista más falsa que las caracterizaciones de telenovela vespertina para televisión abierta, suponen que la guerra de hashtags hará que el pueblo que en otro tiempo vivió bajo su opresión, les crea el papelón de “libertadores”.
Sí, la apuesta de los forjadores del narcoestado están convencidos de que la mejor forma de ganar una elección es hacerle creer a los mexicanos de que el gobierno que cada 15 días presenta un informe de seguridad detallado frente a medios informativos y ciudadanía en general, está vinculado con empresas criminales, como si el pueblo pasara por alto los nexos probados de los funcionarios emanados del PRIAN con grupos criminales, a tan alto nivel que incluso el zar de la seguridad pública federal del calderonato ha sido encontrado culpable en el extranjero por su colusión con el crimen organizado.
Pero también insisten en acusar de que hay intromisión del jefe del Ejecutivo Federal en unas elecciones que aún no comienzan, pretendiendo instalar una narrativa de fraude, como los que ellos cometieron en 1988, 2006 y 2012. Como si el pueblo olvidara las elecciones que les fueron arrebatas de manera institucional y también por medio de la disuasión criminal.
Se han atrevido a insinuar que desde Palacio Nacional se quiere invadir facultades del Poder Judicial por sugerir una reforma profunda, cuando ha sido desde este poder de la unión que han invadido facultades propias del Poder Legislativo. Como si el pueblo no fuera consciente de que, mientras los delincuentes de cuello blanco pueden traccionar procesos para enfrentarlos en libertad, mientras los menos favorecidos económicamente siguen esperando años por una sentencia, incluso no habiendo probado su culpa, organizan movilizaciones desabridas en defensa de un poder que no ha sido tocado en nada, sino que incluso ha esquivado el mandato sobre el uso responsable del recurso público que se obtiene de la contribución del pueblo, desacatando la ley de austeridad.
En su afán descarado por servir a los intereses de la oligarquía, se han atrevido a negar públicamente la calidad de derecho el acceso a bienes esenciales para la vida, como el agua y los alimentos, al mismo tiempo que denigran a quienes por razones de justicia social hoy reciben algún tipo de ayuda desde la amplia cartera de programas sociales que priorizan a los históricamente olvidados. Incluso no falta quien sugiera entre estos pseudo arios trasnochados, reprobable que a estos segmentos poblacionales se les garanticen sus derechos políticos, como el votar y ser votado.
En otros tantos arranques de insensatez, no han faltado las absurdas comparaciones con regímenes autoritarios y genocidas, que paradójicamente son la doctrina fundacional de dicha oposición moralmente derrotada. Y así, en medio de su contradicción ideológica, confunden el nazismo, el fascismo, el socialismo, el comunismo y hasta el libertarismo. No saben quiénes son, tampoco saben quiénes son los de enfrente. Lo único que saben es que desean volver a llenarse las manos con los privilegios de antaño.
En el colmo de su insultante y peripatética alienación, una de sus máximas figuras intelectualoides se ha atrevido a pisotear la sangre de los mártires de la democracia, comparando un picnic dominguero con la lucha estudiantil de 1968, comparar una concentración expelente de ignorancia, supremacismo y esquizofrenia sin consecuencias, con un movimiento que fue reprimido a base de golpes, censura, tortura, intimidación y asesinatos.
Sin embargo, cuando no se podía pensar que pudieran caer más bajo, llegó la que hasta ahora es la peor de las infamias, y vale la pena recalcar el hasta ahora, pues se han dado a conocer por su capacidad de decepcionar aún no esperando nada bueno de ellos. Tal abyección brotó como desagüe descompuesto con el sensible fallecimiento del ex secretario de Hacienda, Carlos Urzúa, lanzándose imprudentemente y a costa del dolor de la familia, a sembrar toda clase de conspiraciones para infundir en el imaginario colectivo un temor inverosímil que solo podría ser creíble de los regímenes autoritarios que quedaron en el basurero de la historia por el mandato popular en las urnas en 2018.
Los hechos recientes no son cosa menor, a medida que se acerca la fecha del arranque de campaña, la oposición miserable y mezquina se ha encargado de calentar la palestra con las más repugnantes manifestaciones de deshonor y vileza.
Sus maquinaciones no son poca cosa, la magnitud de sus desequilibrios no se pueden pasar por alto. ¿Por qué insisten tanto en instalar una narrativa que combina la acusación prematura e infundada de intromisión electoral, la calumnia del vínculo con el crimen organizado y las conspiraciones sobre decesos al puro estilo de las purgas de los totalitarismos?
No cabe confiarse. Si bien es cierto, la oposición está atiborrada de personajes fatuos, no por ello son precisamente tontos, muchos de ellos han conocido los hilos del sistema y estando en el poder han maquinado los más pavorosos abusos.
Hasta dónde serán capaces los partidos sometidos a Claudio X de empujar electoralmente a Xóchitl con Xóchitl o sin Xóchitl, no sabemos aún. Lo que sí esta a la vista del pueblo es como en las profundidades de esa coalición anti natura hay vestigios de la beatificación como recurso propagandístico electoral, las más sucias artimañas operativas en casilla y su pesada y sucia artillería mediática.
La oposición está moralmente derrotada, pero ¿Desde cuándo les importa la moral, si la inmoralidad es su sello?
Toda precaución es necesaria para salvaguardar la democracia, y a estas alturas, viendo la espiral demencial de los propagandistas de la X, nada puede ser escatimado; hasta los candidatos del frente opositor deben ser protegidos de los artífices y propagandistas del frente opositor que, en las últimas semanas han mostrado los dientes, dejando ver que, con tal de volver al poder, están dispuestos a todo.