El equipo dado a conocer esta semana por Xóchitl Gálvez es un episodio más de un mal montaje. Un mal montaje de una obra que se anuncia como “la obra del año” pero que resulta ser una compilación de viejas puestas en escena que no tuvieron mucho éxito, donde los libretos y guiones son aburridos, los actores son recordados, pero por sus malas interpretaciones y el final de la obra, es sabido con mucha antelación por parte del público. Básicamente, es un ejercicio de simulación consensuada. Así, las cúpulas partidistas fingen apoyar a Xóchitl, ella finge tener el carisma y trayectoria para aspirar a la presidencia y algunos medios abonan al autoengaño de que sí puede remontar en la contienda. De ahí, es donde proviene la infecundidad de la oposición para crear y concebir nuevas formas, perfiles e ideas. De su amor a la simulación. “Simular es hacer como que se sabe, es hacer como si se conociera, es proceder como si se hiciera…”, decía Jesús Reyes Heroles.
Margarita Zavala, Josefina Vázquez Mota, Jesús Ortega, Enrique de la Madrid, José Ángel Gurría, Ildefonso Guajardo o Rubén Moreira son solo algunos de los nombres encargados de esbozar un proyecto de nación para Xóchitl Gálvez. Apellidos del pasado que nulifican cualquier voluntad de futuro. Pero este espectáculo de cinismo no es nuevo, sino que se ha venido gestando durante muchos años. Y es que la clase política que ahora se encuentra en la oposición dejó de interesarle el poder público como vehículo para materializar sus causas. Sino más bien, ven al poder público como una suerte de ventanilla que les permite hacer negocios, gestionar intereses, traficar influencias y salir a las plazas públicas cada periodo electoral.
Esta complicidad llegó a su punto de mayor decadencia en el gobierno peñista, donde abiertamente bajo prebendas y “moches”, el PRI, PAN y PRD se reagruparon en el llamado Pacto por México. Una agenda legislativa común que desdibujó cualquier rastro de identidad, causas e ideología de los partidos. De tal forma, que así no habría que lidiar con la diferencia y más bien, habría un regocijo de congeniar con los iguales. En 2018, el PRI siguió con la simulación y postuló a José Antonio Meade a la presidencia quien no provenía de las filas priistas e incluso, trabajó en el gobierno de Felipe Calderón. Una candidatura impostada que buscaba llenarle el ojo al panismo.
Así, el deterioro de los partidos políticos actuales y la ausencia de nuevos rostros es solo un síntoma más de un sistema de partidos agotado marcado por la falsedad. Tras el triunfo de López Obrador en 2018 se alteraron las reglas y la manera de hacer política y los partidos en una especie de negación han sido arrastrados a la irrelevancia política con una cada vez mayor rigidez intelectual, política y performativa. La oposición ha sido incapaz de verse en un espejo y no es para menos, pues tendría dificultades para encontrarse y asumir su nueva dimensión amorfa.