Nos vendieron una revolución; un mundo sin bancos corruptos, sin estados controladores, donde el poder volvería al pueblo. Bitcoin llegó prometiendo democratizar las finanzas, pero su verdadero logro ha sido convencer a millones de que estaban luchando contra el sistema mientras, en la práctica, alimentaban uno de los sistemas de especulación y estafa más lucrativos del siglo XXI.
La realidad es que el concepto de “descentralización” funcionó como una cortina de humo. Mientras se repetían consignas contra los intermediarios como los bancos o los gobiernos, miles de personas confiaban sus ahorros a figuras como Sam Bankman-Fried, un supuesto genio visionario y filántropo, que resultó ser el responsable de un desfalco multimillonario con su plataforma de criptomonedas.
FTX, plataforma de Sam Bankman-Fried, fue promocionada por celebridades como Tom Brady y Shaquille O’Neal, aunque poco después se reveló que se trataba de una estructura financiera fraudulenta. Cuando FTX colapsó, dejó un agujero de 8,000 millones de dólares y afectó a más de un millón de usuarios; mientras tanto, Bankman-Fried fue sentenciado a 25 años de prisión, pero eso no le devolvió sus ahorros a quienes creyeron en sus engaños.
Este caso no fue una excepción, sino la expresión más visible de un patrón repetido. Esquemas como BitConnect, OneCoin o Terra/Luna actuaron con el mismo guion: promesas de altos rendimientos, tecnología revolucionaria inexistente y un marketing agresivo dirigido a pequeños inversores. BitConnect operaba como un esquema Ponzi clásico, OneCoin ni siquiera contaba con una blockchain real, y Terra/Luna colapsó en cuestión de horas, dejando a miles en la ruina. Detrás de estos proyectos, estafadores como Ruja Ignatova, prófuga de la justicia internacional, demostraron cómo la combinación de jerga técnica y desregulación podía engañar a millones.
Un elemento clave en la expansión de estas prácticas fue el papel de influenciadores y celebridades. Figuras como Kim Kardashian, Floyd Mayweather o Matt Damon utilizaron su alcance para promocionar activos cripto sin revelar que recibían pagos por ello, dando una apariencia de seguridad y legitimidad que no existía. Kim Kardashian fue multada por la SEC por publicitar EthereumMax sin aclarar su compensación económica; Floyd Mayweather y DJ Khaled también enfrentaron sanciones por prácticas similares; y mientras ellos pagaban multas asumibles, muchos de sus seguidores perdieron gran parte de sus ahorros.
Pero más allá de los fraudes evidentes, las promesas fundacionales del ecosistema cripto han demostrado ser, en gran medida, falsas; se prometió un sistema de pagos eficiente y accesible, pero la red de Bitcoin es lenta y costosa, con tarifas que en ocasiones superan el valor de las transacciones pequeñas. Se afirmó que las criptomonedas serían un refugio ante la inflación y una alternativa al dinero tradicional, pero su volatilidad extrema las hace inviables como reserva de valor o medio de pago generalizado, ya que su precio sigue dependiendo de su conversión a monedas fiduciarias, justo el sistema que pretendían reemplazar.
El experimento de El Salvador con el Bitcoin como moneda de curso legal ejemplifica este fracaso. Impulsado por el presidente Nayib Bukele, el proyecto prometía reducir el costo de las remesas, impulsar la inclusión financiera y atraer inversiones; sin embargo, estudios posteriores mostraron que la gran mayoría de salvadoreños no usaba Bitcoin de forma regular, por lo que este año la obligatoriedad de su aceptación fue eliminada ante la evidente falta de adopción real, mientras tanto, el proyecto nunca resolvió los problemas que prometió resolver.
La influencia de personalidades como Elon Musk en el mercado cripto también ha sido un factor de distorsión, puesto que sus declaraciones públicas sobre Dogecoin, presentadas a menudo como bromas, han provocado subidas y caídas bruscas en su valor. Este poder para mover los mercados con su opinión ha evidenciado la falta de madurez y la extrema susceptibilidad del ecosistema a la manipulación por parte de figuras con gran influencia.
A nivel estructural, lejos de redistribuir la riqueza, las criptomonedas han concentrado el capital en pocas manos. Estudios muestran que el 0.01% de los tenedores controla aproximadamente el 27% de los bitcoins en circulación, un nivel de concentración superior al del sistema financiero tradicional. Esta dinámica ha creado una nueva élite que, bajo la bandera de la descentralización, reproduce e incluso intensifica las desigualdades existentes.
Sin embargo, sería un error concluir que la tecnología subyacente, blockchain, carece de valor, dado que ésta tiene gran potencial en áreas como la trazabilidad de cadenas de suministro, la gestión de identidades digitales o la transparencia en procesos públicos; pero este potencial se ha visto opacado por la fiebre especulativa, la desregulación, la desigualdad de poder y la falta de aplicaciones prácticas a gran escala.
La pregunta central no es si la tecnología es útil, sino quién la controla, con qué fines se implementa y cómo se regula. La historia reciente de las criptomonedas es una advertencia sobre los riesgos de adoptar tecnologías sin una comprensión clara de sus implicaciones, sin marcos regulatorios sólidos y sin mecanismos de protección para los usuarios. La promesa de un sistema financiero más justo no puede construirse sobre la base de la especulación, el engaño y la concentración de poder.
La verdadera innovación no consiste en reemplazar un sistema centralizado por otro menos transparente, sino en construir herramientas que prioricen la equidad, la transparencia y el beneficio colectivo sobre el enriquecimiento rápido y la acumulación privada.