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  • hace 2 días
  • 16:12
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El sabor de la VIHDA: sobrevivir para transformar

El sabor de la VIHDA: sobrevivir para transformar

Por Charlie Dos Veces López

Mi nombre es Carlos, pero me gusta que me digan Charlie, porque rompe con barreras y lo siento menos formal. Soy Charlie y soy una persona que vive con VIH. En 2016 fui diagnosticado en fase de SIDA, mi cuerpo era un campo de batalla silencioso. Yo, una persona racializada, ya cargaba con las huellas de otros estigmas; ahora, el peso de un virus y el fantasma de la muerte se sumaban a esa geografía de la lucha en mi debate por salvar mi vida, pues sí, estuve a punto de morir. Y fue precisamente en ese periodo, el más crítico de mi existencia, que se forjó mi más profunda convicción, no permitir que un virus me arrebatara la vida y desde esa declarar el sentido que habría de darle a mi existencia. 

Cuando al fin pude probar algo más que la dieta de la supervivencia, le pedí a mi mamá que me preparara un molito, porque por fin podía comer otro tipo de alimentos que no fueran verduras al vapor y pechuga de pollo hervida; era una celebración y en Xochimilco, el mole se sirve en ocasiones especiales. Al primer bocado, no supe si reír o llorar. Fue una explosión que reinició mi paladar, fue el universo diciéndome, en un lenguaje de sabores y texturas, que la vida no era aquella existencia que hasta ese momento había parecido sin sabor o quizá era que no habría cobrado conciencia de toda esa riqueza. Conforme fue pasando el tiempo, sentí que comenzaba a reconocer la vida en su complejidad; intensa, dulce, picante, profunda. No sólo se trataba del deseo de vivir, sino del deseo de amar con pasión, de luchar con el coraje que me salvó la vida y de saborear cada victoria, por pequeña que fuera. Mi activismo, desde entonces, no nace del deber abstracto, sino de ese amor tangible por la existencia en toda su diversidad.

Haber pasado por esta experiencia, además, me colocó en el lugar de un superviviente con una responsabilidad que no podía eludir. Hoy, las personas con VIH no solo enfrentamos un virus; somos objetivo de un ataque ideológico perpetrado por grupos fundamentalistas que atentan contra el futuro mismo de la humanidad. Su agenda no solo busca revertir nuestros derechos; es un proyecto de odio que también criminaliza a otros grupos prioritarios, como las mujeres, a las diversidades sexuales y de género, a las personas migrantes y a los pueblos indígenas. Es una agenda racista, clasista, xenofóbica y supremacista.

Frente a esta realidad amenazante, es indispensable cerrar filas, organizarse e implementar acciones conjuntas. Quienes hemos sentido el filo del estigma sabemos que la solidaridad no es caridad, sino la estrategia más inteligente y poderosa. Nuestra lucha contra el VIH está irremediablemente ligada a todas las luchas contra la opresión. Ser sobreviviente en esta época significa reconocer que nuestras batallas son compartidas. Tenemos más en común con una madre buscando justicia, con un joven indígena defendiendo su tierra o con una familia migrante en busca de refugio, que con cualquier élite supremacista, explotadora y discriminatoria.

Por eso, cuando hablamos de acabar con la epidemia, hablamos de algo más que pastillas y campañas. Hablamos de defender un modelo de sociedad donde la salud, los derechos humanos y la dignidad no sean privilegios. En esta tarea, es alentador ver gobiernos que, lejos de la retórica vacía, actúan. En la Ciudad de México, la Jefa de Gobierno, Clara Brugada Molina, ha impulsado con decisión políticas de prevención combinada y atención integral que salvan vidas y desarman prejuicios, con la implementación de las estaciones Condesa, que son módulos de atención para personas con VIH, en toda la ciudad, así como el anuncio de la tercera Clínica Condesa, en la alcaldía Gustavo A. Madero. 

Mi historia y mi devenir no es aislado. Es una más de muchas que, así como yo, han padecido el rechazo y el miedo, pero que decidimos sembrar en ese mismo suelo la semilla de la fiesta, para sembrar un porvenir sin muertes asociadas al SIDA, pero sobretodo, un porvenir donde quepamos todas las personas libres de estigmas y discriminación.