No es un secreto para nadie que actualmente la tecnología avanza a un ritmo mucho más rápido que la capacidad social de administrar y regular tales cambios, así como también avanza a una velocidad mucho mayor a las características naturales de la especie humana para seguir su ritmo, especialmente la capacidad de procesar información y adecuarse a entornos en donde la inmediatez e incorporeidad es la norma. Sin embargo, con todo y la incapacidad de cambiar a la misma rapidez que la tecnología, la sociedad y la humanidad se las ha arreglado para adaptar una serie de prácticas a tales cambios, por lo que las respuestas legales, políticas y administrativas no sólo se enfrentan al acelerado ritmo de la tecnología, sino a la adaptación de prácticas sociales a la tecnología o pese a la tecnología.
En este escenario el sistema tecnológico digital ocupa un lugar predominante, en donde su impacto en la sociedad ha sido bastante profundo, al punto que aún se están buscando soluciones a problemas generados por tecnologías digitales introducidas años y hasta décadas atrás; además, las prácticas sociales que acompañan a la tecnología no son estáticas, sino que son dinámicas y cambiantes, por lo que la solución de hoy puede estar relacionada a los problemas de ayer, pero desconocer y desatender los problemas actuales.
Y es justo en este problema adaptativo en donde la la desinformación tiene lugar y para la cual se intentan aplicar narrativas, ideas y “soluciones”, aún cuando éstas se encuentren desfasadas del ritmo de cambio y adaptación social y tecnológica. Es así como es posible identificar una serie de ideas y prácticas sobre la desinformación que, por muy buenas intenciones que puedan tener, resultan desfasadas en cara a la realidad, entre estas es posible mencionar algunas:
- Pese a que buscar y nombrar a los bots es casi una práctica obligatoria para quienes analizan la desinformación, esto resulta un poco sin sentido u ocioso, no sólo porque es bastante difícil identificar si una cuenta es bot o no, sino porque es evidente que existen y se usan los bots en las campañas de desinformación; sin embargo, la desinformación de hoy no requiere de bots y programas que creen narrativas, tal como sucedía años atrás, sino que actualmente la desinformación proviene directamente de personajes identificables que, en algunos casos, se vuelven personajes públicos por sus relaciones con la clase política o su colusión con el aparato informativo tradicional, mientras que los bots usualmente son utilizados para aumentar las narrativas y darles cierta “legitimidad” digital, mientras que los personajes centrales son ahora los troles y los personajes públicos, los cuales se valen de nuevas estrategias como el bullying y la comedia como arma política.
- En segundo lugar, es un error el creer que las tecnologías y entornos digitales debilitaron a los poderes informativos tradicionales al punto de hacerlos desaparecer: Aunque la audiencia de los medios tradicionales ha disminuido, éstos se han adaptado rápidamente a la nueva realidad digital, al punto que las dos grandes cadenas de televisión en México también tienen negocios de provisión de internet (Izzi de Televisa y TotalPlay); además, estos negocios han echado raíces también en entornos digitales, motivo por el cual se han aprestado a hacer colaboraciones con influencers, los cuales pasan a girar en torno a los intereses de tales empresas y lo establecido en sus contratos; por si esto fuera poco, también los medios tradicionales han encontrado en los servicios digitales (principalmente las redes sociales) una buena fuente de información, al punto en el que en diversos casos el “diálogo” entre los medios y las redes se vuelve auto referencial, estableciéndose en el proceso diversas relaciones sociales que refuerzan la unión entre los medios tradicionales y los medios digitales.
- Y es que no sólo los medios masivos de comunicación están inmiscuidos en el problema de la desinformación, sino que prácticamente los diversos actores participantes en el mercado de la información pública han migrado al espacio digital: mercadotecnia, relaciones públicas, comunicación estratégica, marketing y otra serie de mercados se han establecido en entornos digitales, valiéndose en el proceso de herramientas y estrategias tanto conocidas como novedosas, incluidas las prácticas infodémicas y de desinformación, tal como pasa con Carlos Alazraki o Gabriela Warketin.
- Justo en la intersección entre el poder de los medios y la capacidad “liberadora” de la tecnología digital están las prácticas de los colectivos y otros grupos sociales (usualmente de izquierda), los cuales históricamente se han valido de internet y las redes sociales para poder sortear el control y poder de las grandes narrativas y medios; sin embargo, a partir de 2016 esta tendencia también ha sido ocupada por grupos radicales y de derecha, cuyas voces habían sido minimizadas por sus riesgos sociales (en el caso de los grupos radicales) o porque simplemente se encontraban sobre representados en los medios tradicionales y no había necesidad de llegar al mundo digital.
Es así como actualmente existen grupos de derecha (mejor conocidos como colectivos) que han encontrado en entornos digitales un nicho de acción bastante amplio, los cuales no tienen por objetivo circunvenir el control de los medios tradicionales, sino al contrario, se están creando dinámicas entre grupos digitales y medios de comunicación en donde ambas narrativas y actores se retroalimentan, dialogan mutuamente y se promueven.
Sin embargo, no hay que caer en el error de creer que este es un problema únicamente administrativo y regulativo, sino que parte del problema también son los intereses político-económicos asociados, en donde no sólo se han creado nuevos mercados y modelos de negocio, sino que también esta situación ha venido acompañada de una fuerte promoción y propaganda de discursos y narrativas que legitiman el ritmo de avance tecnológico y minimizan sus riesgos asociados, lo que se traduce en la romantización de los entornos digitales y la reproducción digital de relaciones e intereses de poder en el mundo físico.
Dentro de estas narrativas románticas tenemos problemas como:
- Las preconcepciones e ideas en torno a los beneficios, bondades y naturaleza de internet y las redes sociales: Es bastante común que se crea que internet, sus servicios y tecnologías son inherentemente buenas y tienen una naturaleza liberadora, al punto de asociarlas con valores como la apertura, la democracia y la libertad; por tanto, cualquier intento de regular el sistema digital se enfrenta directamente con la idea que se atenta contra la democracia o la libertad. Pese a que tal discurso proviene directamente de la política exterior de Estados Unidos y el interés de mantener los inmensos beneficios políticos y económicos que se asocian con que buena parte del sistema digital es propiedad de empresas estadounidenses.
- La idea (muy neoliberal) que la “auto regulación” de las empresas privadas es preferible a la regulación estatal, sobre todo por el supuesto riesgo democrático que implicaría regular la discusión pública: Existe la creencia que la auto regulación de las empresas de internet, especialmente las redes sociales, es un elemento suficiente para tener en raya la influencia política y los intereses anti democrácticos, aún cuando tal situación vuelve actores políticos a las empresas y su personal, tal como pasó con Facebook y Twitter. Además, resulta irónico que tal idea se desprende de la política de Estados Unidos, ya que el gobierno estadounidense ha mantenido reuniones constantes con diversas empresas de internet con el fin de censurar información y usuarios que pueden ser considerados riesgosos https://theintercept.com/2022/10/31/social-media-disinformation-dhs/.
El problema de la desinformación no sólo requiere de soluciones acorde al nivel de avance en el que se se propaga, sino que también requiere de una visión y voluntad política, económica y social que logren distinguir (y combatir) las narrativas que evitan que se opten por soluciones más profundas y firmes, con los consecuentes problemas de intereses político-económicos que significaría.
Ya que la desinformación no es un evento, sino una condición sistémica que incluye áreas tecnológicas, económicas, políticas y sociales; por tanto, ¿Se puede combatir tal condición sin cambiar el sistema? ¿Se puede cambiar el sistema?¿Qué implicaría cambiar el sistema? En caso de que no se pueda, ¿Cómo luchar contra la condición de la desinformación? La respuesta que encuentro a esta última pregunta es: estar conscientes y ser críticos, no sólo de la tecnología, sino de sus prácticas político-económico y sociales subyacentes.