El acto de la repatriación de los EEUU de un connacional es un momento de gran fragilidad: un momento de profunda vulnerabilidad. En este sentido, la estrategia "México te abraza" y la "Tarjeta Bienestar Paisano" representan un acierto de la actual administración. Esta política de “puertas abiertas” ofrece una identificación, un apoyo económico para el traslado y, crucialmente, la afiliación temporal al IMSS como un acto de reconocimiento; es el Estado mexicano cumpliendo su función primordial de reincorporar y proteger a uno de los suyos y a su familia.
Naturalmente, el Estado busca comunicar la solidez de esta estrategia. Y la mejor forma de hacerlo es a través de historias que nos tocan el corazón. Recientemente, conocimos el caso de "Isabela", una bebé con un padecimiento congénito complejo, trasladada de los EEUU gracias a esta estrategia, y que fue sometida a una exitosa cirugía en la Unidad Médica de Alta Especialidad, Hospital de Pediatría del Centro Médico Nacional de Occidente del IMSS en Guadalajara, Jalisco. Es una historia que debe celebrarse sin reservas. Es un testimonio de la extraordinaria capacidad técnica y humana que existe en nuestras instituciones públicas.
Estos casos emblemáticos son fundamentales. Nos recuerdan el potencial del sistema, la pericia de sus profesionales y la capacidad de lograr resultados de clase mundial. Resulta objetivamente bueno que Isabela esté bien y que el IMSS tenga la capacidad para lograr tales éxitos. Eso no se debate.
Sin embargo, desde la óptica de la política pública es vital situar estas historias en su justa dimensión. En el análisis de la gestión pública existe un concepto conocido como "gobernanza por anécdota": el uso de casos excepcionales, ya sean éxitos rotundos o fracasos trágicos, que pretenden definir la totalidad del sistema. Es una herramienta de comunicación tentadora, pues la mejora de la atención diaria o la calidad del servicio cotidiano son lentos y áridos, mientras que los "milagros" son inmediatos y emocionalmente rentables. Las políticas públicas no pueden ni deben evaluarse por sus excepciones heroicas, sino por sus resultados y sostenibilidad.
El milagro de Isabela no lo firmó un administrador, ni un político, ni un estratega de comunicación. El milagro de Isabela lo obraron, con sus manos y su conocimiento, los equipos de cirugía pediátrica, anestesiología y enfermería especializada del Hospital de Pediatría del Centro Médico Nacional de Occidente. Es un mérito absoluto del personal de salud, de esos trabajadores que sostienen el sistema día a día.
El éxito del caso de Isabela es un evento de alta complejidad, alta especialización y alto enfoque que demuestra la capacidad técnica del personal de salud. Sin embargo, la fortaleza real de un sistema de salud pública se mide en la calidad de sus servicios cotidianos.
El repatriado que recibe su Tarjeta Bienestar no busca, por lo general, una cirugía de alta complejidad. Busca al igual que millones de mexicanos una consulta de medicina familiar a tiempo. Busca que su receta esté completamente surtida. Busca una cita con el especialista en un plazo razonable. Busca un trato amable y digno. Busca, en suma, el "promedio sostenible".
El personal de salud, el mismo que es capaz de realizar proezas como la de Isabela, es el que enfrenta la presión diaria de las métricas de millones de consultas y cirugías que les imponen las autoridades. Es el mismo personal que opera en unidades de medicina familiar al 100% de su capacidad instalada. Que hace proezas a pesar de la falta de equipo médico actualizado. Que trabaja bajo un burnout (desgaste laboral extremo) que la propia administración les impone.
La política pública nos muestra una tensión insostenible. Por un lado, celebramos la calidad artesanal, lenta y heroica del caso Isabela. Pero por otro, imponemos una métrica de cantidad masiva, industrial y de rendimiento al mismo personal.
Celebrar el éxito de Isabela es justo y necesario. Pero usarlo como la métrica única del sistema es riesgoso. Un sistema de salud robusto no es solo el que produce grandes titulares, sino el que silenciosamente eleva la calidad de vida promedio de todos sus derechohabientes.
El "abrazo" que le damos al repatriado al llegar a suelo mexicano será verdaderamente fuerte cuando le ofrezcamos no la posibilidad de un milagro, sino porque le garanticemos la certeza de una atención digna y oportuna. Ese es el puente que debemos seguir construyendo: el que va de la anécdota heroica al estándar sostenible.
La mejor política de salud no es la que se cuenta como “triunfo” del funcionario en las conferencias de prensa, sino la que se vive en el día a día en el consultorio, en la clínica, en el hospital. Y esa depende, enteramente, de un personal que ya ha dado demasiado y al que le debemos, no solo aplausos por los milagros, sino justicia laboral y reconocimiento por su trabajo diario.