Estimado señor, la presente sirva para enviarle un cordial saludo y comentarle que la semana pasada tuve el honor de saludar a su apreciable hermano en una reunión donde tuve la fortuna de coincidir con él.
Yo lo conocía por los retratos que tiene usted en su oficina, en ese librero junto a la ventana que da hacia la avenida, donde también hay fotos de su hermosa familia. Así que cuando lo vi entrar al salón de fiestas donde estábamos reunidos, me aproximé y me presenté como parte de su equipo.
Él me miró sorprendido y por cortesía me correspondió el saludo.
Le comenté que me acerqué para solicitar su ayuda para establecer una cita con usted, pues hace mucho tiempo no tengo el placer de saludarlo, pero él, un poco contrariado me dijo que él no se encargaba de ese tipo de asuntos, que no trabajaba con usted y que dejara de importunarlo. Me disculpé y me retiré.
Sin embargo, no dejé de observarlo durante la reunión y me disculpo por ello. Tenga en cuenta que he dirigido muchos oficios buscando una cita con usted sin obtener una respuesta positiva, incluso he tratado de abordarlo en su oficina, pero las veces que he podido evadir a Sarita y acceder a su oficina no lo he encontrado.
Por cierto, lo felicito por el buen gusto con el que ha decorado su espacio y, la verdad, me he quedado viendo por el ventanal que deja ver gran parte de la ciudad tratando de encontrar la zona donde vivo.
Retomando el hilo de la presente, al terminar la reunión seguí el auto de su hermano al retirarse de la reunión. Iba solo y manejaba con precaución, quiero creer, que su cuidado al manejar era porque no estaba del todo sobrio. Después de unas calles de caminar en medio del tráfico detrás de él, en un alto me acerqué a su ventanilla, le toqué el vidrio y traté de esbozar una sonrisa, pero él volteó y me atravesó con su mirada como si no hubiera nadie ahí. No bajó el vidrio, no sonrió, no dijo nada y arrancó. Me quedé ahí, absorto un segundo y, caminé mientras algunos automóviles pasaban junto a mí y otros tocaban el claxon para apurarme a quitarme del arroyo vehicular.
No quiero quejarme por el trato de su hermano, sin embargo, lo comento como una anécdota que demuestra el trato hacia mi persona. Me dirigí a casa.
Le pido una disculpa por dejar esta misiva en su escritorio y no hacerla llegar a través de los canales oficiales, es decir dejarla en Oficialía de Partes y esperar que recorra el camino hasta con usted, para que la deseche Sarita junto con el resto de la correspondencia que nunca llega sus manos. Hoy, dejo la presente en un lugar donde usted no puede evitar leerla, pues el “Léeme” del sobre y la pistola que guarda en el cajón y que ahora está junto al sobre, llamarán poderosamente su atención.
Hace algunos años usted decidió que era tiempo de que me jubilara y sin tomar en cuenta mi opinión, me liquidaron y me fui a casa, cuando todo lo que tenía estaba entre estos pasillos y estas oficinas. Llegue a ver una casa solitaria, sin ruidos, con habitaciones iluminadas por un sol que no conocía. El tiempo se estiró hasta la locura.
Hace tiempo que Mariana creció y se fue con Rodrigo; poco después Sandra, mi esposa, se dio cuenta que la casa seguía sola, conmigo o sin mí, pues yo solo existía con la luz blanca y artificial de estos espacios y, en poco tiempo se terminó yendo también. No murió, no dolió, pero cuando todo se detuvo y me senté un día a las diez de la mañana en ese sillón que compré y no conocía, todo murió. Usted no me hizo perder nada, es cierto, yo decidí todo, las ganancias y las pérdidas, pero usted me obligó a voltear a ver, a darme cuenta, a sentarme aquella mañana en ese sillón.
Durante mucho tiempo lo busqué para recuperar mi trabajo, pero no conseguí ninguna respuesta. Entonces tome la decisión de obligarlo a que me escuchara. Conozco este lugar mejor que nadie y puedo pasar desapercibido pues soy una sombra largamente conocida.
Hoy ya no quiero que me escuche, quiero que lea el vacío que siento mientras usted empieza a imaginar que yo también puedo dejarlo con una casa vacía.
Usted tiene una hermosa familia, una oficina con una gran vista, un hermano y muchas cosas que lo hace ignorarnos, que le dan la oportunidad de decidir sobre la vida de los demás y nunca toma en cuenta nuestro poder desde el anonimato de la multitud.
¿Mientras lee ha llamado a su casa o ha visto a su hermano? En el sobre encontrará, o quizá ya las vio, un par de fotos de su casa y del departamento de su hermano. No se preocupe, fueron tomadas sin que nadie estuviera en ambos espacios. Quisiera felicitarle nuevamente, pues su casa, igual que su oficina, han sido decoradas con un gusto exquisito.
¿Revisó cuantas balas tiene la pistola que está a un lado de mi carta?
Si llegó hasta esta parte de la presente, es posible que sienta un golpe en la boca del estómago y revise el arma o que llame a su familia y todo estará bien, pero el miedo a la pérdida se quedará instalado.
Estimado amigo, permítame llamarlo por una vez así, usted ni siquiera sabe quien soy a pesar de que por primera vez se ha dado cuenta de mi existencia y ahora nos acompañaremos en nuestro temor. Me verá en cada sombra, en cada rostro que lo vea en la calle, sospechará de todos y aumentará su seguridad; yo estaré siguiéndolo algunas veces, otras no, pero me vasta con que usted me espere siempre. Quizá un día actúe, quizá nunca. Sólo me gustaría ver su rostro, pero si algo he aprendido, es que no todo se puede tener, pero por ahora me conformo con imaginarlo mientras lee.
Sin más, me despido de usted enviándole un afectuoso saludo y confiando en que no olvidará la presente.
Atentamente.